Cómo podremos estar cerca de ti, Señor

22º Domingo TO. Ciclo B

Por: Dionilo Sánchez Lucas. Laico de Ciudad Real

Se nos invita a escuchar las leyes y los mandamientos emanados de Dios. Los creyentes debemos conocer cuáles son los preceptos o mandatos que el Señor considera que debemos guardar, no sólo para mostrar nuestra sensatez y obediencia, sino sobre todo para que la humanidad descubra los caminos que la lleven a su plenitud.

Dios a Moisés le dio a conocer los mandamientos, al tiempo que le mandó los enseñase a todo el pueblo. Nosotros que, por mediación de la iglesia, también conocemos sus mandatos, somos enviados para darlos a conocer a los demás, a nuestros hijos, a nuestros amigos, a nuestros vecinos.

Pero una vez conocidos, conviene que los recordemos, pero lo importante es que los guardemos, que los hagamos vida, que los pongamos en práctica, que sepamos resumirlos a la manera de Jesús, “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo”.

¿Cómo podremos estar cerca de ti Señor?, es la pregunta que deberíamos hacernos constantemente, no por cuestionarnos simplemente o para saber más, sino para darle respuesta, la cual ha de ser conforme a las enseñanzas del Padre y de su agrado; servirá para nuestro gozo, pero sobre todo para el bien de todos aquellos con los que nos estamos relacionando, conviviendo, o a los que estamos unidos con nuestros pensamientos o sentimientos.

Nos iremos aproximando al Señor en la medida que demos testimonio y hagamos vida los valores anhelados por Dios y por la humanidad. Seamos personas honradas, nos mostremos tal como somos; coherentes, no engañemos ni a nosotros mismos; la verdad sea principio de nuestra palabra y nuestra vida; pacientes y comprensivos, lentos a la ira; humildes y sencillos, sin pretender guardar nuestra imagen; no nos dejemos llevar por la avaricia y atesorar riquezas, mas bien compartamos nuestros bienes y nuestros dones; que nuestra palabra sea de halago y agrado hacia el otro y no de agravio y perjuicio; nuestra prioridad sea la justicia, la igualdad y dignidad de toda persona humana; nuestra bandera sea el dialogo y la paz; descubramos y alejemos nuestro egoísmo y nos demos y entreguemos a los otros para que fructifique el amor. Esta ha de se nuestra manera de estar ahora junto al Señor, que nos procurará vivir con Él para siempre.

Abrámonos a recibir todos los dones, toda la vida, todo el amor que viene de Dios. Acojamos con sencillez y hondura su palabra, no basta con oírla, tenemos que escucharla, esa palabra que nos llega de su evangelio, pero que también nos llega de la vida de las personas, prestemos atención sobre todo a los que sufren, a los que necesitan ayuda, porque el Señor quiere que pongamos en práctica su palabra socorriendo a los huérfanos y a las viudas (hoy: los niños abandonados, las mujeres explotadas y maltratadas, las personas que no disponen de lo necesario para una vida digna, los desplazados y refugiados).

Todos somos conscientes de que somos buenos y malos, que nuestra vida tiene luces y sombras, que nos arrastra el egoísmo y que procuramos hacer el bien. Hemos de estar siempre en la tesitura de ver qué nos aleja de Dios y de los hermanos, al mismo tiempo que sintamos que Dios me acepta y desea mi bien.

A pesar de saber que el mal está en el mundo, que penetra de diferentes formas en el interior del hombre, que estamos manchados, llenos de las cosas mundanas, procuraremos que lo que salga de dentro de nosotros/as, de nuestro corazón, de nuestros pensamientos, sea la fraternidad, el perdón, la justicia, la esperanza, la paz y el amor.

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