Cuestión de confianza

Cuestión de confianza

Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Ciudad Real

2º Domingo de Pascua, Ciclo B

Encontramos este domingo a los discípulos cerrados a cal y canto, han perdido su imagen de seguidores, han tocado fondo, se han dejado dominar por el miedo… Pero la presencia del Resucitado en medio de ellos les lleva a recuperar el sentido de sus vidas: perdón, paz, alegría, amistad, confianza… y la experiencia de una transformación. Sienten una nueva posibilidad de vida. A primera vista, parece que la realidad sigue siendo la misma, pero en el encuentro con el Resucitado los hechos cobran un significado diferente.

Todos los ámbitos de la vida se transforman por medio de la resurrección. La resurrección es la plenitud del amor -María Magdalena-, de la fe -Tomás- y es también la transformación de nuestra vida diaria. Pero lo tuvo complicado Tomás porque no era fácil creer entonces; igual que no es fácil creer en nuestra sociedad actual, una sociedad tentada de banalidad y desconfianza.

La fe supone mucho más que expresar la conformidad con una serie de proposiciones y doctrinas, la fe exige confianza. Pero vivimos en una época de desconfianza. Desconfiamos de los políticos, de los periodistas, de la policía, de los dirigentes eclesiales, de las personas que nos encontramos en la calle o en el metro… Nuestra cultura nos forma para ser personas desconfiadas. Podríamos decir que estamos pasando por una crisis de confianza.

Cada vez pedimos más responsabilidades, más pruebas, más informes y cada vez sospechamos más. La crisis de confianza fomenta que la gente nos comportemos desconfiadamente puesto que todos estamos seguros de que los demás actúan así. Esta forma de cultura incide negativamente en la fe entendida como confianza en Dios. Las personas creyentes tenemos que asumir el riesgo y comenzar a caminar si queremos experimentar qué es la verdad.

La fe también es difícil porque creemos en Dios que está más allá de nuestro conocimiento. La fe implica siempre un forcejeo por vislumbrar lo que está más allá de nuestro entendimiento, un estiramiento de las palabras hacia un misterio que no podemos comprender. Nuestro Dios está más allá de las palabras y de las ideas. De lo trascendente únicamente podemos tener indicios, sobre todo a través de lo simbólico.

Necesitamos testigos que nos desafíen a confiar y asumir riesgos. Necesitamos testigos valientes, personas que den testimonio de nuestro destino definitivo, de Dios. Recordamos que la palabra confianza, del verbo confiteor significa literalmente “creer juntos”. Ayudarnos unos a otros a seguir adelante. Creo por vosotras hoy y vosotras creeréis por mí mañana. La fe es siempre difícil en tiempos de desconfianza; pero hay personas que pueden infundirnos el valor necesario para sumir el riesgo de seguir a Jesús, hoy.

Para creer juntos y juntas necesitamos estilos de comunidades como las que nos describe la primera lectura. Estas comunidades surgen cuando llevados por el Espíritu de Jesús, se establece una relación fraterna hasta llegar a poner todo en común. Comunidades compuestas por personas dispuestas a hacer la voluntad de Dios antes de comprenderla cabalmente. La presencia del Resucitado en esas comunidades se manifiesta en el perdón de los pecados, en la capacidad de superación que Dios nos ha regalado. Comunidades en las que se aprende la valentía de caminar en la dirección en la que el Señor llama, aún desconociendo las implicaciones que pueda tener.

Comunidades así son posible porque en Jesús, Dios derrotó todo cuanto destruye a una comunidad: el pecado, la cobardía, la mentira, la desconfianza, la falta de entendimiento, el sufrimiento, la muerte. La resurrección hizo visible ante el mundo una comunidad sorprendentemente renacida. Los que se habían mostrado cobardes y habían renegado de Él volvían a estar juntos de nuevo. No era un grupo que gozara de buena reputación, aparte de que se sentirían avergonzados de lo que habían hecho; pero volvían a estar juntos, a creer juntos, a tener confianza los unos en los otros y a tener confianza en aquel que había sido compañero de camino y ahora lo experimentaban resucitado. Creer en Jesús es también aceptar pertenecer a su comunidad y confiar en ella.

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