De madrugada…

De madrugada…

5º Domingo TO. Ciclo B

Por: M. Jesús Moreno. Mujeres y Teología de Ciudad Real

Las dos primeras lecturas de este domingo nos hablan del ser humano enfrentado a la soledad de las dificultades del propio camino. El ser humano tratando de asumir un destino que no sólo no resulta fácil, sino que al atravesarlo produce dolor.

El dolor espolea a buscar, a ahondar en el sentido que tiene la propia vida.

Las dos actitudes humanas presentadas tienen algo en común: conciben la vida como un servicio, como una misión. Job dirá expresamente “El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio…”. Pero su voz es la de quien se ha visto largo tiempo acampado en la desgracia y se ha dejado invadir por la tristeza, “Mis ojos (…) se consumen sin esperanza”.

El tono de Pablo es el de rendirse al deber que se le impone: “Si (el predicar) lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio (…) No tengo más remedio…”

Muchas veces podemos vernos identificados en estas expresiones y actitudes. La vida como tarea, como deber, sí es posible que la asumamos. Pero si carecemos de la mirada hacia Dios para percibir su amor en nosotros, o hacia los demás, para ofrecer nuestro servicio como amor por ellos, nuestra vida la viviremos como la del “esclavo que suspira por la sombra”. Por eso nos alienta el Salmo: “El Señor sana los corazones destrozados. El Señor sostiene a los humildes.”

Jesús no deja lugar a dudas sobre cómo vivir la misión de mostrarnos Quién es Dios, de curar, sanar, afrontar todos nuestros demonios, teniendo aliento para recorrer aldeas y seguir predicando  por toda Galilea…sin mirarse a sí mismo.

“Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar”.

¡Con qué facilidad nos perdemos en el ajetreo de la vida!

 El espejismo de la eficacia nos sumerge en el activismo, como si dedicar tiempo al silencioso encuentro con Dios fuera algo para cuando no tengamos otra cosa que hacer.

Quizá sólo nos falta para orar, para tener experiencia de Dios, “levantarnos de madrugada y marcharnos al descampado”. Buscar un tiempo y un espacio para Dios. Y una vez hecho lo que depende de nosotros, dejar que Dios sea Dios en nosotros. Pues sabemos que “Sana los corazones destrozados, su Sabiduría no tiene medida”.

De madrugada, en el silencio exterior e interior, cuando el ruido de las cosas no nos martillea desde dentro, cuando reconociendo nuestra sed, acudimos a la fuente y, en soledad, en el descampado, permitimos y pedimos que Dios sea el Dios de nuestra vida. Sólo así no nos dejaremos engañar por nuestros demonios.

Después de tanto tiempo y tantos hechos y palabras como los discípulos recuerdan de Jesús, les sigue llamando la atención, como para dejar constancia de ello muchas veces, que el Hijo de Dios se alejara de todo y de todos para entrar en la hondura de Dios, y allí encontrar, en su propio centro, a Quien le daría la luz  y la fuerza para vivir la misión en amor.

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