Domingo III de Cuaresma. Ciclo A
Por Paky Lillo. Vita et Pax. Alicante
Al pueblo escogido, aquel que estaba perseguido, esclavizado, en minoría…, siempre son los mismos a los que se acerca Dios, a ellos les ofrece la libertad. Pero la libertad en la mayoría de los casos produce inseguridad, incertidumbre, riesgo… Y es que nuestro Dios es así, es ARRIESGADO.
Ansiada libertad que cuando no la tenemos nos ahoga, no vivimos y cuando la tenemos nos desespera, nos confunde.
Pero Jesús sí entendió la libertad que Dios, el Padre como Él le llamó desde el principio, ponía en sus manos. Y con esa libertad que Dios nos da es con la que Jesús traspasa los límites entre lo sagrado, lo público, lo religioso y la vida cotidiana; porque piensa que todo lugar, persona, situación… todo es sagrado si nuestro Padre está allí y nosotros estamos con Él. Y Jesús se muestra como trasgresor de la norma de evitar su paso por Samaria.
¿Y por qué no iba a ser sagrado un pozo en Samaria? Cualquier sitio es bueno para llevar a Dios, cualquier sitio o circunstancia es adecuada para estar con nuestro Padre. En ocasiones la transgresión es necesaria para llegar a Dios.
Jesús siempre se muestra como una novedad, otra forma de “hacer”. Para re-crear vínculos, eliminar conflictos, ofrece su amistad a todos, una amistad que derriba muros, quizás porque no se presenta como el dador, si no como el que necesita estar con los demás, necesita de su compañía y necesita compartir con ellos, lo dice en el evangelio con esta expresión “tenía que pasar por Samaria”.
Se acerca a la Samaritana y Jesús le pide agua, “Dame tú agua” yo también puedo darte pero otra clase de agua, un agua que te sacia y se multiplica para que tú también puedas dar a los demás. No te daré solo un jarro de agua no, te daré lo suficiente y en abundancia para que puedas repartir.
Jesús no dona lo justo, siempre se ofrece en abundancia, para que haya para más, para que tú puedas dar, para que tú ames con el mismo amor que te ama Dios.