28 Domingo TO. Ciclo A
Por: Concepción Ruiz Rodríguez. Mujeres y Teología de Ciudad Real
El libro de Isaías habla del convite que dará Yaveh a su pueblo con “manjares suculentos y vinos generosos”. “Arrancará el velo…, aniquilará la muerte…, enjugará las lágrimas…”. Este Dios del que habla Isaías nos quiere libres, felices, quiere la paz y la dignidad de las personas, trae la salvación a todos los pueblos.
San Mateo nos habla de los invitados a una boda, una ocasión única de alegría y júbilo, de encuentro, donde uno podía saciarse en aquellos tiempos de escasez. Dos veces dice el evangelista que el Rey envía a los criados a avisar a los convidados. Estos invitados, enredados en los quehaceres de su vida cotidiana, dejan pasar una ocasión tan importante, andan distraídos, inconscientes de la PROPUESTA que se les hace.
Son los transeúntes de los caminos, los extranjeros, aquellos que no tenían nada que perder, que seguramente vivían con lo imprescindible, los que finalmente acceden a la invitación. Son los que confían, se ponen sus mejores galas y agradecidos asisten al banquete. Para ellos el banquete es una ocasión importante, no tienen otros planes, ni intereses más relevantes. El Rey, decepcionado por la respuesta de los elegidos, manda invitar a todos y a todas los que transitan por los caminos sin hacer distinciones. La invitación es universal, para todos los hombres y mujeres que quieran acogerla.
¿Cuántas veces a nosotros, bautizados y bautizadas, nos sucede lo mismo que a los convidados? Vivimos atrapados en mil afanes y quehaceres y dejamos pasar por alto las invitaciones que Dios nos hace. Una y otra vez nos está llamando al banquete del Reino ¿Será que no hemos descubierto la magnitud de esa invitación, el probar esos manjares suculentos?
Es momento de plantearnos si respondemos al susurro de Dios, si Él es la primera opción. Si es la respuesta a las acciones e inquietudes más profundas del corazón. Si nuestras vidas son coherentes con la propuesta del evangelio.
Dios nos sigue llamando, nos sigue invitando cada día, tiene preparado un banquete para nosotros. Un banquete donde compartir la mesa con los últimos que son sus predilectos. Es el banquete de la esperanza, de la solidaridad, de la utopía; el banquete que devuelve la dignidad perdida, que valora lo pequeño. En el banquete se vive la alegría del compartir, el respeto a lo diferente.
Dice San Pablo en la carta a los Filipenses: “todo lo puedo en aquel que me conforta”. Desde el amor todo es posible, es transformador de uno mismo y del entorno, es fortaleza ¡Demos el paso a vivir en el amor! Abrirnos a esa generosidad sin límites que estamos recibiendo. Cómo no responder al amor con el amor. Esta respuesta nos crece, da sentido a nuestras acciones y relaciones.
Hoy recordamos también a Santa Teresa de Jesús, atenta al susurro de Dios, libre para hacer su voluntad, coherente, adelantada a su tiempo. Sigamos su ejemplo para despojarnos de tantos enredos, para valorar aquello que no se ve, aquello que nutre nuestro corazón y nos sostiene, que sostiene las relaciones y la solidaridad entre hermanos y hermanas. DEJARLO TODO PARA IR A LA FIESTA.