Domingo VI de Pascua
Por: Lucio Arnaiz. I.S. del Prado. Madrid
Textos Litúrgicos:
Hch 15, 1-2. 22-29
Sal 66
Ap 21, 10-14. 22-23
Jn 14, 23-29
El Resucitado ha salido vencedor del sepulcro y de la muerte y ha abierto para nosotros la puerta de la resurrección. Gracias a la resurrección de Jesucristo, todo lo nuestro está a la espera de resucitar. Por eso, la Pascua es el tiempo de la fundamentación de la esperanza cristiana. Tenemos esperanza porque Cristo ha resucitado de entre los muertos y nos ha abierto la puerta de la resurrección.
El Resucitado nos revela la dimensión trinitaria de su vida y de su misión. No podemos comprender bien a Jesucristo si no caemos en la cuenta de su profunda relación con el Padre y el Espíritu Santo. Creemos en Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todo en la vida y persona de Jesús está referido al Padre y al Espíritu Santo. El Padre es la fuente y el origen de todo lo de Jesús; el Espíritu acompaña y mueve a Jesús en todas sus acciones. El Resucitado no vive ni actúa a su aire, sino en profunda comunión con el Padre y el Espíritu Santo.
La resurrección de Jesús es el fruto maduro del amor entrañable del Padre. Es el Padre el que ha resucitado a Jesús de entre los muertos. El amor del Padre levanta de la muerte al Hijo muy amado. La resurrección es la culminación del amor del Padre.
El Hijo resucitado no dice nada por su cuenta, sino lo que ha oído a su Padre. La Palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Jesús no inventa el mensaje a transmitir, sino que lo recibe del Padre y lo transmite con fidelidad.
El Padre, después de regalarnos al Hijo muy amado, nos regala y envía el Espíritu Santo. Conviene que yo me vaya, para que mi Padre os envíe el Espíritu Santo que os conducirá a la verdad plena y os irá recordando todo lo que yo os he dicho. La promesa del Espíritu nos asegura que lo mejor está por venir; no lo haremos nosotros, sino el Espíritu que nos es dado. El Espíritu Santo es el verdadero y principal protagonista de la vida de la Iglesia.
Además, el Padre, el Hijo Resucitado y el Espíritu nos transmiten su fuerza y su esperanza. A los que crean en el Crucificado-Resucitado no les faltarán tensiones y conflictos, pero recibirán la fuerza necesaria para vencerlos. Las tres personas divinas no anulan las dificultades y contrariedades del seguimiento, pero nos dan fuerza y luces para superarlas. También en la Iglesia primitiva se desataron todas las tormentas y hubo un altercado y una violenta discusión. Hubo que convocar un encuentro extraordinario en Jerusalén para solventarlo. El discernimiento comunitario, alentado por el Espíritu, permitió encontrar una salida al conflicto planteado.
Somos llamados a tener los pies en el suelo. No podemos escandalizarnos de que en la comunidad cristiana surjan tensiones y diferencias; es lo más natural del mundo. Lo importante es que entre todos se busque la salida más adecuada. Cuando todos nos ponemos en actitud de escucha y obediencia al Espíritu Santo, aparece la luz que tanto necesitamos.