Domingo III de Pascua
Por: Rosa Mª Belda Moreno. Laica. Ciudad Real
Textos Litúrgicos:
Hch 5, 27-32.40-41
Sal 29
Ap 5, 11-14
Jn 21, 1-19
El Evangelio de este domingo es especialmente conmovedor para mí. Me hace pensar y meditar sobre varias frases:
– “Echad la red y encontraréis”. En este primera frase en la que me detengo reconozco el mensaje que aparece en la primera lectura: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Así es como responden los apóstoles al sumo sacerdote cuando son interrogados. ¡Qué difícil es obedecer a Dios! Y no lo es menos reconocer su voluntad en medio de tantas voluntades. Entender dónde está Él y donde está la propia vanidad disfrazada de “me merezco tal o cual cosa”. Sabemos que estar en sintonía con Dios nos dará la plena realización. Tal vez la pista es que “hay que echar la red”. Hay que ponerse a trabajar, hay que meterse en el agua del compromiso cotidiano, y “encontraremos”.
– “Es el Señor”. En estas palabras de Juan se descubre que Dios está allí donde ya no hay esperanza, donde nos sentimos derrotados, cuando somos vulnerables y nos sentimos vencidos. Los discípulos no habían pescado nada. Sin embargo, a la voz de Jesús, echan las redes de nuevo y encuentran tal número de peces que se desbordan las redes. Así nos pasa a nosotras. En el desierto de la vida, hay abundancia. Allí donde no llegamos con nuestras hipotéticas razones, aparece algo mayor, gratuito, alguna bendición que nace contra toda esperanza. Es el Señor.
– “¿Me quieres?” Es en esta pregunta, repetida de diferentes maneras por Jesús a Pedro, en la que nos detenemos un poco más. ¿Cómo amar a Jesús en medio de la desilusión, de la enfermedad o de la muerte? ¿De que manera amar a Jesús cuando las cosas no nos salen como queremos, cuando el cansancio se convierte en la palabra más nombrada, cuando no tenemos recompensas por los esfuerzos? ¿Cómo amar a Jesús cuando ya no estamos en la plenitud de la vida, y toca soltar, y soltar tanto? ¿Cómo amar a Jesús en la soledad y en el silencio? Son preguntas que me hago cuando me cuesta decir que “le quiero”, que “le abrazo”, “que seguiré siendo fiel cueste lo que cueste”. Él me sigue preguntando hoy: ¿me quieres? Él lo sabe todo, y sin embargo necesita de mi sí, cotidiano, confiado, posible.
– “Sígueme”. Este Dios en el que creemos, que es el Dios de la Vida, tiene una curiosa forma de hacerse presente entre nosotras. Si traigo mi vida ante su presencia resucitada, me doy cuenta de que está en mi fuerza y en mi debilidad, en mi búsqueda y en mi oscuridad, en mis interrogantes y en la apertura a algo mayor que mí misma, que me desborda y me sugiere. Sobre todo, se presenta de forma amorosa, en medio de las relaciones, y cuando dejo de fijarme en mi incompetencia y oigo de nuevo su pregunta: ¿Oye, pero tú me quieres? Entonces, déjate de cuentos y sígueme. Es decir, mira mi vida, mira el Evangelio, reconoce tus dones y acompáñame a hacer el bien.