En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

El Padre el Hijo y Espíritu Santo

Por: Pedro Sandi. Miembro del Instituto Secular: Asociación de Sacerdotes del Prado. Diócesis de Santander

Domingo de la Santísima Trinidad, Ciclo B

1. El mismo Jesús Resucitado que confió a sus apóstoles su misma misión y les encargó ir a todos los pueblos y hacer discípulos de todos ellos es el que hoy también a nosotros nos confía esa misión en este día. ¿En qué consiste esta misión universal a la que nos envía? El Señor nos lo explica claramente:

A) Haced discípulos míos de todos los pueblos. No en el sentido proselitista, sino en el sentido de ofrecer a todos la oportunidad de conocer a Jesucristo, y hacer de Él, el Maestro único de toda su vida. Estableciendo con Él una relación de amistad, de intimidad, de compartir con Él su vida, de seguirle por todos los caminos por donde Él camina. Lo podemos entender con un ejemplo:

“Una vez, fue llevada a la casa del inmaculado corazón en Calcuta una mujer en condiciones lamentables: su cuerpo estaba lleno de llagas y un pie, que por causa de la lepra carecía de sensibilidad, había sido roído por las ratas.

La mujer rechazaba cualquier tipo de consuelo y toda expresión de afecto. Sin embargo, la madre Teresa continuaba cada día socorriéndola con ternura. Un día por fin la mujer exclamó: – “Hermana, eres distinta a todas las personas que he conocido. ¿Por qué haces esto?”– Y la madre Teresa respondió: Lo hago por amor.

La mujer se quedó muda por esta lógica desconocida para ella y preguntó con ansia:

–          ¿Y quién te ha enseñado? 

–          Entonces la madre Teresa  reveló el secreto de su vida: “Me lo ha enseñado mi Dios”.

La mujer le dijo: “Hazme conocer a tu Dios”.

Si nosotros nos tomamos en serio las palabras de Jesús, tenemos que provocar en quien nos rodea la misma petición: “Hazme conocer a tu Dios”.

Provocar el deseo de hacerse discípulos en los que nos rodean y a quienes encontramos en el camino de la vida, por la calidad de nuestro amor y de nuestra alegría y esperanza.

B) Los discípulos somos enviados a comunicar lo mismo que hemos aprendido de Jesús. No como una doctrina, sino como una práctica. Lo mismo que la madre Teresa aprendió de Jesús a amar y servir con ternura y constancia a los pobres, a ayudar a todos por amor. Practicar a Jesús las 24 horas del día. Eso es lo que puede provocar a los que nos ven, el deseo de hacerse discípulos suyos.

C) Bautizándolos, para consagrarlos al Padre y al Hijo y al E. S. Sumergirnos en el misterio de nuestro Dios para ser en el mundo imagen viviente, sacramentos vivos del Padre y del Hijo y del Espíritu S. En su ser más íntimo Dios es amor, vida compartida, amistad gozosa, diálogo y entrega mutua, abrazo, comunión de personas.

Sumergirnos en el misterio de Dios nuestro Padre: ¡de su amor! Jesús se pasó la vida diciéndonos: ¡Si supierais cómo os quiere mi Padre! Pero no sólo con su Palabra, con su vida, con su amor: “Como el Padre me ha amado a mí, así os he amado yo. Un amor lleno de confianza, de gratitud, con todo su ser, lleno de obediencia, en las verdes y en las maduras. Amarle al Padre con Jesús y como Jesús. Somos Hijos en Jesús. Toda la clave está en vivir unidos y entregados a Jesús, nuestro hermano mayor… Dejarle vivir en nosotros, como decía San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí… y vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a la muerte por mí”.

Sumergirnos en la fuerza del Espíritu Santo en la nueva vida que El alumbra y alimenta en nosotros. El es el que nos hace testigos de Jesús en el mundo, el que nos hace hombres y mujeres nuevos…entregados a la iglesia, a la comunidad, trabajando por la comunión entre todos. Dejándonos transformar por El en hombres y mujeres sin miedo, valientes en el anuncio del evangelio…en hombres y mujeres llenos de amor, que se distinguen sobre todo por el amor.

2. No podemos abarcar el océano de Dios, pero sí zambullirnos en El. Cristo nos dejó un medio concreto para lograrlo: la Eucaristía. La Trinidad nos cita cada día en la Eucaristía. Donde está el Padre de N.S. Jesucristo allí está el Hijo, hecho hombre, Jesús resucitado, allí está también el Espíritu Santo. En el momento de la comunión se realiza en sentido estricto la Palabrade Cristo: “Yo en ellos y Tú en mí”…  “El que me ve a Mí ve al Padre” “Quien me recibe, recibe al Padre y al Espíritu”. ¡Jamás llegaremos a valorar la gracia que se nos brinda: ser comensales de la Trinidad!

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