III Domingo de Cuaresma – Ciclo C
Por: Sagrario Olza. Vita et Pax. Pamplona
Textos Litúrgicos:
Ex 3, 1-8.13-15
Sal 102
1Cor 10, 1-6.10-12
Lc 13, 1-9
El domingo pasado contemplamos a Jesús Transfigurado y a sus tres acompañantes dispuestos –por expresión de Pedro- a quedarse en el Tabor: “¡Qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas”… Pero Pedro “no sabía lo que decía”, nos añade San Lucas. Jesús había subido al monte a orar, antes de emprender la subida a Jerusalén.
Ya estamos en el Tercer Domingo de Cuaresma, de nuestra particular subida como acompañantes de Jesús hacia la Pascua, la suya y la nuestra si es que sintonizamos con sus sentimientos, con sus deseos de fidelidad a su misión. Jesús ya había advertido a los que quisieran seguirle que el camino no era fácil, que “para ganar la vida había que perderla”…
En el evangelio de hoy, Jesús llama la atención a los suyos de su condición de pecadores y de la necesidad de convertirse. La inclinación al pecado forma parte de la condición humana pero somos propensos/as a “ver antes la mota en el ojo ajeno que la viga en el nuestro”. Esa llamada de atención de Jesús también es para nosotros/as hoy. El Miércoles de Ceniza, San Pablo nos invitaba a “no echar en saco roto esta gracia de Dios” porque es tiempo propicio para reconocer nuestro pecado y convertirnos.
Tomar conciencia de nuestra realidad…Las guerras que hoy padecemos, tanta violencia, tanta injusticia… nos hablan del pecado: egoísmo, afán de poder y dominio, triunfo de unas fuerzas del mundo sobre las otras a base de quién posee y emplea mayor armamento… Pero el pecado no es cosa sólo de los que “mandan y gobiernan el mundo”… Todos/as tenemos las mismas inclinaciones, en el fondo todos/as somos “guerreros/as”… La Cuaresma es tiempo propicio para tomar conciencia de cuáles son nuestras “inclinaciones dominantes” y necesitan conversión.
Podemos pensar: ¡Tantas veces lo he intentado y no logro verme libre de lo que me domina! Nuestra voluntad debe apoyarse en la petición humilde de ayuda en la oración y en la confianza de la paciencia de Dios. Nos lo dice el Salmo de hoy:
“¡EL SEÑOR ES COMPASIVO Y MISERICORDIOSO!”