El servicio fuente de la verdadera felicidad

Domingo 33 del T.O. Ciclo B

Por: MaCarmen Calabuig. Vita et Pax. Ruanda

Nos acercamos al final del Año Litúrgico y las lecturas de este domingo nos hablan de la venida del Hijo del Hombre, en medio de grandes signos en la historia e incluso de la naturaleza… y nos invitan a la vigilancia, a vivir atentos a nuestro mundo, donde se manifiesta la presencia del Señor en los acontecimientos de cada día.

Al leer al profeta Daniel me parece escuchar a un locutor de TV , poniendo de manifiesto que son tiempos difíciles, sobre todo para esa muchedumbre inmensa de personas, que huyendo de la pobreza y de la muerte, camina buscando un futuro mejor.

Y aunque la respuesta es que el porvenir parece oscurecerse, que hay pocos signos de luz, ellos siguen adelante, confiando en esas luces de solidaridad que encuentran en su camino, que les dan cobijo, alimentos y aliento.

No tienen miedo a la alambrada ni a la muralla de militares. Quizá en su corazón resuenan las palabras de Jeremías: “Tengo designios de paz,… os congregaré de todos los países”. Son  la fuerza para seguir en ese camino de libertad y de liberación.

Son tiempos difíciles: los ha habido y los hay. Dolorosamente, la historia se repite y con demasiada frecuencia.

Estas imágenes, de personas que caminan, nos recuerdan el éxodo vivido por tantos ruandeses en 1994… diferentes razones, pero siempre hay algo en común: la huida del sufrimiento y de la muerte…

Cuántas personas en el mundo se ven obligadas, por estas razones u otras, a abandonar sus hogares y ¿qué respuesta encuentran?

Tanto el profeta Daniel, como el evangelista Marcos, nos dan un mensaje de ESPERANZA: El Señor está cerca, a la puerta.  “Cielo y tierra pasaran pero mis palabras no pasarán”,  será la victoria del bien sobre el mal, un cielo nuevo, una tierra nueva, cuyo centro es Cristo y en El, la persona reconocida en toda su dignidad.

 Vivimos en esperanza, porque aunque no sabemos ni el día ni la hora, tenemos plena confianza en la PALABRA del Señor, impresa en el corazón de tantas personas que buscan hacer posible este cielo y esta tierra nueva, donde habite la justicia y la paz.

Me ha impresionado que, al final del año litúrgico, las oraciones de la Eucaristía subrayen el aspecto del SERVICIO y el AMOR y se nos invite a reflexionar cómo hemos servido y a quien hemos servido.

¿Servimos con amor? ¿Es el servicio la fuente de nuestra felicidad?

¿Apoyamos o colaboramos con los movimientos o  personas, que se implican en la lucha por un mundo más justo, y luchamos para que en los países en vías de desarrollo, los jóvenes tengan allí acceso a la educación y al trabajo  y no se vean obligados a abandonar su país?

¿Nos conformamos con una tarea asistencial o intentamos formar, en las personas a las que servimos, un sentido crítico ante las situaciones que viven y despertar su deseo de vivir en pie, con dignidad, a pesar de que muchas veces se sientan paralizados por el miedo?

¿Somos los cristianos personas que vivimos nuestra vida  como un servicio: en la familia, en el trabajo, en nuestras relaciones con los demás?

Los ojos de nuestro corazón ¿reconocen la presencia del Hijo del Hombre, que viene, en nuestros próximos, pobres, enfermos, emigrantes, sin techo?

Cada vez que celebramos la Eucaristía somos invitados a ser el pan y vino  “que se convertirán en el Cuerpo y Sangre del Señor” para ser comidos y bebidos por todos.

Que cada Eucaristía nos haga crecer en el servicio, como expresión de amor.

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