Por: María Jesús Laveda. Vita et Pax. Guatemala
Celebración del Jueves y Viernes Santo
Actualmente todas las personas estamos acostumbradas a celebrar “días conmemorativos” a nivel mundial, que nos hacen presentes algunas realidades que se pretende no se olviden. Día del Agua, Día de la Tierra, Día del Padre o la Madre… y que se han convertido en fiestas comerciales, pero que no siempre ayudan a valorar y tomar conciencia responsable de lo que se está celebrando.
Con esta Semana Grande de la fe nos está pasando lo mismo. Ya es más una Semana de “vacaciones” que una oportunidad anual de interiorización de nuestra fe, de nuestro ser personas seguidoras de Jesús, de asumir nuestro compromiso con la vida, los valores del Reino y las consecuencias que esto conlleva. Como en la propia experiencia de Jesús.
En estos dos días claves de la vida de Jesús – y que también deben serlo en la nuestra -, lo que la pedagogía de la Iglesia nos quiere hacer redescubrir, aceptar y asumir son los criterios, valores y actitudes que Jesús expresa como realidades fundamentales de su Misión de hacer presente el Reino y hacerlo vida en medio de las gentes. En cada gesto, invita a sus amigas y amigos a hacer lo mismo.
Dos actitudes de Jesús a destacar: EL SERVICIO a las personas con las que compartimos la vida. LA COHERENCIA de nuestros actos que nos lleva a dar la vida, si es preciso, por aquello que creemos y sentimos es el plan de Dios sobre cada una y uno de nosotros.
EL SERVICIO. En la noche del jueves, en la celebración de la Pascua Judía, mientras comía con sus amigas y amigos, Jesús hace un gesto que desconcierta, lava los pies de sus compañeros de andadura. Y ante la sorpresa de éstos, las palabras que dan la medida del gesto. “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho, también ustedes lo hagan”. Sin comentarios. No hay más que decir.
LA COHERENCIA. Después de una larga noche de angustia y duda, de querer que “pase” ese cáliz de dolor, Jesús, llevado de un lugar a otro, abandonado de la mayoría de sus amigos, sufriendo en carne propia todo el dolor humano, muere en una cruz, como un maldito cualquiera. Muere por su propia coherencia de vida, por no negar su verdad más profunda, aceptando y asumiendo en ella, cada uno de los gestos y palabras sanadoras, liberadoras que ha ido pronunciando a través de su predicación y encuentro con los hombres y mujeres de su entorno que han querido escucharle. Su último gesto de donación – gesto sacerdotal-, es el que refrenda y valida cada uno de los expresados en su vida. Y en ese abrazo que da -abrazo que le obliga a extender sus manos acogiendo a toda la humanidad – y en ese gesto que abarca toda su vida, nos dice su última palabra liberadora. La muerte no es el final del camino, sino que su ofrenda nos abre a una vida nueva, plena, eterna.
En este año de gracia se nos da una nueva oportunidad para acoger su invitación de asumir nuestra responsabilidad y tarea como personas creyentes, discípulas y seguidoras del Señor Jesús, el Señor de la Vida y de la Paz.
Que en esta semana santa para nosotros, contemplando su vida y acogiendo su ejemplo, renovemos nuestro compromiso de servicio y nuestro deseo de coherencia de vida que haga creíble que otro mundo es posible, desde los valores del Reino iniciado por Jesús.