Domingo II del TO.
Por: Luis López Hernández. Presbítero. Alicante
Textos Litúrgicos:
Is 62, 1-5
Sal 95
1Cor 12, 4-11
Jn 2, 1-11
El relato de las Bodas de Caná es importante por la enseñanza que podemos extraer de él. Podríamos leerlo como dos formas de entender la religión, dos maneras de relacionarnos con Dios y, de Él con nosotros.
En la primera forma de entender la religión se destaca entenderla como “un mandato”. La religión sería un conjunto de normas, leyes y tradiciones que uno tiene que cumplir para poder agradar a Dios. El hombre necesita hacer méritos par poder presentarse ante Dios, y, para que Él lo mire complacido. El resumen sería, que la complacencia de Dios depende del mérito del hombre.
En esa casa, la de la boda, había seis tinajas de piedra, llenas de agua, para la purificación de los judíos. El creyente necesita purificarse ante Dios, porque es indigno. Hay un detalle en esas tinajas: son de piedra, como queriendo expresar que esa religión y esa purificación “pesa mucho”, se parece a una carga insoportable, que el hombre tiene que cargar a sus espaldas, como si todo dependiera de lo que yo tengo que hacer para que Dios se ponga de mi parte.
Pero el Evangelio nos ofrece una salida, que está representada en la persona de Jesús. Y, en Él, encontramos una segunda forma de entender la religión. La clave de esta segunda forma radica, se apoya y nace, no en los méritos que tú tienes que acumular en tu vida para que Dios se ponga de tu parte y te mire con agrado. Se trata de que es Dios, sin necesidad de que tú hagas nada, que ha venido a visitarte, ha tomado la iniciativa. Él es el que se acerca y se fija en tu necesidad, la falta de vino, y te lo regala: el mejor, 600 litros de buen vino. Por eso la religión, no es mandato, sino que es sorpresa, regalo manifestación de un gesto de amor, generoso y grande. Un vino para hacer fiesta.
Así, Jesús, transforma el agua que servía para purificarse ante Dios, en un vino generoso para vivir la fiesta de la boda. Jesús cambia la manera de relacionarse con Dios. La iniciativa parte de Él: no se trata de lo que tú haces por Dios, se trata de lo que Dios hace por ti.
Nos cuesta mucho liberarnos de la relación con Dios como de una deuda que hemos de pagar, de pensar que todo depende de nosotros; de aquel pensamiento tan nuestro de “te doy para que me des”, o, “yo te doy si tú me das”. Hemos de pensar, y ya es hora, que la propuesta de Jesús es otra, no es una losa que nos pesa por lo que hemos de cumplir. Él viene a aligerar el peso de nuestra manera de entender la religión como una carga pesada, que cuesta sobrellevar, para poner la religión no es lo que yo hago sino en lo que Él hace por mí: mi relación con Dios no se debe a mí, sino a Él, por Él y en Él. Nuestra vida está en sus manos.
Vamos a pedirle a Dios que transforme esas tinajas de piedra, que tanto nos pesan en la manera que tenemos de entender y vivir la relación con Dios, en el vino generoso de amor de Dios para convertir nuestra vida en una fiesta.