Santa Maria , madre de Dios. Ciclo B
Por: José Alegre. Zaragoza(Equipo Eucaristía)
En buena esperanza
Después de una noche de ilusiones, expresadas bajo el paraguas de los brindis y buenos deseos, hoy estrenamos el nuevo año con la apelación a la felicidad para todos los que encontramos. Muchos días por delante y esperamos obtener un rendimiento positivo al esfuerzo y entusiasmo con que enfrentamos este período. ¡Qué cambio daría el mundo si la realidad respondiera a los deseos! Pero nos topamos con nuestra propia realidad humana que reflejará la fragilidad con que está hecha nuestra materia. No obstante, es el día de la buena esperanza. Hay que expresar y repetir las buenas intenciones, los buenos deseos, los buenos propósitos. Es un día para soñar, esperar, reconstruir el ánimo interior. Es el primer día del año.
En esa perspectiva de horizontes positivos, el mundo se ha propuesto una meta que entraña proyectos a largo plazo y esfuerzos descomunales. La búsqueda de la paz es obra de compromisos sociales, económicos, políticos y, sobre todo, cordiales. Porque es el corazón humano el ámbito del mayor esfuerzo y de los pasos más lentos pero más seguros.
Preciosa bendición
Ya lo sabían los antiguos. Trabajar en el interior de las personas es más difícil que el trabajo en las minas. Hay que buscar la veta y rascarla de un modo continuado, sin descuidar los pequeños avances que se hacen y dando consistencia a los espacios obtenidos para evitar que los derrumbes retrasen las tareas. La esperanza es muy frágil si no se alimenta tenazmente.
La Biblia nos imparte la bendición con que inauguramos el año. Nos comunica la bendición y protección de Dios en el proceso de búsqueda de un sentido a la sucesión del tiempo que, sin Él, sería un montón de días sin rumbo, sin otro horizonte que el vacío.
El regalo de un niño
Como para tantas personas, nuestra salvación está en un Niño. Los niños son, por su debilidad, la fuerza más provocadora y contagiosa que nos mueve. Cuando ya no quedan recursos para levantar los ánimos y el espíritu de superación y de esfuerzo, un niño es capaz de movilizar las energías y ponerlas en común al servicio de su crecimiento y protección.
Así se nos presenta Dios. La salvación nos la ofrece con su imagen de niño. Porque no viene a resolvernos los problemas sino a implicarnos en su solución cuando nuestro espíritu interior está disminuido y nuestro entusiasmo alicaído. Su circuncisión, como nuestro bautismo, era el signo de su ingreso en la comunidad de quienes se saben hijos, por tanto queridos, aceptados, miembros de la familia y receptores de una herencia, una promesa, por la que esperan la salvación. Eso es motivo de mucha alegría, nos da tranquilidad en el presente y nos libera del miedo al futuro para dedicarnos a las cuestiones grandes de esta realidad que se nos resiste.