3º Domingo de Pascua. Ciclo C
Por: Rosamary González. Vita et Pax. Tafalla (Navarra).
Esta es la tercera aparición de Jesús a los discípulos que narra S. Juan. Las dos anteriores en recintos cerrados y con desconcierto y miedo. Aquí están en el lago, en la tarea diaria, como tantos pescadores que estarían haciendo lo mismo: procurar el sustento para ellos y sus familias. La diferencia es que los discípulos de Jesús habían vivido una experiencia fuerte con Él y la vuelta a la vida ordinaria no les resultaría nada fácil. Es comprensible entender su estado de ánimo.
Cuando desaparece una persona de nuestro lado a quien hemos querido mucho y cuya influencia en nuestra vida ha sido fundamental, se crea una especie de vacío en nuestro interior que necesitamos un tiempo para asimilarlo, para seguir viviendo sin esa persona. Recordamos sus palabras, sus gestos, las conversaciones, las discusiones, los objetivos comunes… Cuánto más vacío tendrían todas las personas, hombres y mujeres, a quien les había cambiado totalmente la vida durante el tiempo vivido con Jesús, con el Señor.
Y así se encontraban los discípulos reunidos; entre ellos siempre hay alguno más intrépido para salir de la inactividad. En este caso es Pedro que les dice: “Me voy a pescar” y los demás le siguen: “Vamos también nosotros contigo”. La disposición es buena, pero las redes van en sentido contrario, hasta que Jesús les muestra la dirección apropiada para sacar la multitud de peces. En la vida nos puede pasar lo mismo hoy a los cristianos; echamos las redes según nuestro criterio, nuestra mirada, nuestros intereses, sin dejar a Dios ser Dios. Sin escuchar en el silencio de nuestro corazón qué nos dice su Palabra, sin poner demasiada atención a la dirección que Jesús tomó en su vida cumpliendo la voluntad del Padre. Es una llamada de atención en este domingo de Pascua a REVIVIR su historia en nuestra historia.
Qué bueno que siempre hay un discípulo amado a nuestro lado que reconoce a Jesús, que tiene una fina intuición para descubrirle, porque ama y es amado por Él y nos dice: “Es el Señor”. No todas y todos nos tiramos rápidamente como Pedro a encontrarnos con Jesús, desnudas, sin ataduras, pero está bien si caminamos hacia la orilla aunque sea “remolcando la red con los peces”. Allí nos encontraremos con Él, nos invitará a almorzar para tomar fuerzas, pan y pescado para compartirlo, para que a nadie le falte nada, porque allí donde esta Él están sus preferidos: los cojos, los ciegos, las enfermas, las viudas… todos y todas que la sociedad margina y orilla.
El final del evangelio de hoy casi nos hace sonreír pensando en el pobre Pedro ¡Es el Señor!. Jesús es exigente, la misión que le da es difícil y por eso no le basta una declaración de amor. Tres veces le pregunta ¿me amas? Y a cada afirmación le va añadiendo una nueva responsabilidad. Eso tiene el amor y la entrega y así se lo hace saber Jesús a Pedro.