Domingo II de Cuaresma. Ciclo A
Por: Javier García ( Equipo Eucaristía)
Sorpresas te da la vida
Mientras hacemos el camino de la vida, las personas nos vamos sorprendiendo unas a otras. A veces es una sorpresa desagradable: una traición, un egoísmo, una palabra hiriente, un desprecio, una crítica destructiva. En cambio, otras veces es una sorpresa agradable: una cualidad desconocida, una bondad insospechada, una fidelidad desconcertante, una amnesia que olvida el mal recibido, una mirada que acoge y perdona, etc.
En el grupo de Jesús no ganaban para sorpresas. Jesús les sorprendía cada día con su modo de ver la vida, su modo de estar con la gente, su preferencia por los más caídos, sus palabras sobre Dios. Les descolocaba, hacía añicos sus visiones y expectativas. Veían en Él tal determinación por la causa del Reino que, un día, sintieron temor pues, en el futuro que se dibujaba en el horizonte había sombras, noche y conflictivo.
Es bueno hacerse preguntas
Por ello, seguramente en cada uno de ellos y también en sus conversaciones aparecía una pregunta: ¿quién es este hombre que cada día nos sorprende con su palabra y su vida? ¿Quién es Jesús en lo más profundo de sí mismo? No hacía mucho tiempo, en un momento de crisis, el mismo Jesús les había preguntado: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15).
Cuando la vida nos sonríe no solemos hacernos grandes preguntas. Vivimos y disfrutamos. En cambio, cuando las dificultades asoman por la puerta comenzamos a hacernos preguntas: lo hacemos sobre el esposo o la esposa, sobre los hijos, sobre nosotros mismos, sobre las relaciones sociales, sobre el sentido de la vida, sobre la religión que practicamos, etc.
Hoy, en esta época, caracterizada por tantos cambios tecnológicos, sociales, culturales y religiosos, a los cristianos nos toca, como aquellos primeros discípulos que veían y sentían la dificultad, preguntarnos por el sentido y valía de la fe que profesamos. Nos toca, a la vista de una realidad que pone en crisis las visiones, creencias y valores anteriores, preguntarnos qué merece la pena creer y, sobre todo, preguntarnos a quién merece la pena escuchar y seguir.
Lo más importante de todo
«Escuchadle» decía una voz desde la nube. «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle» (Mt, 17,5). Mateo parece estar pensando en los seguidores de Jesús de todos los tiempos para recordarnos lo que nunca hemos de olvidar: lo más importante es escuchar a Jesús: escuchar sus palabras, contemplar su modo de vivir, su modo de hacer. Y guardarlo adentro, en la mente y en el corazón. Y seguirlo.
Lo que la Iglesia diga y haga merecerá la pena si va en la dirección de ayudar a los propios cristianos e invitar a los hombres y mujeres de hoy a escuchar a Jesús. Descubriremos, a través de toda su vida que nos habla, por qué merece la pena vivir y morir, en qué consiste la felicidad que buscamos.