Domingo XXVIII del TO. Ciclo B
Por: José Luis Terol. Profesor de Servicios Socioculturales a la Comunidad (Zaragoza)
Hace unas semanas la Fundación FOESSA (promovida por Cáritas española) nos adelantaba una foto del gran fracaso colectivo en el que nos encontramos en España: 8’6 millones de ciudadanos y ciudadanas españoles viven en exclusión social y, de ellos, 4 millones en exclusión social severa.
Esta constatación “cuasipornográfica” hurga en la impotencia que sentimos muchos ciudadanas cuando constatamos que, en demasiadas ocasiones, nuestras instituciones, nuestros recursos, nuestra estructura social están al servicio de unos privilegiados y de unas élites intocables que se ocupan concienzudamente de que nada cambie, y de que podamos seguir digiriendo y normalizando desahucios, suicidios y todo tipo de precariedades y sufrimiento, mientras ellos siguen protegiendo sus beneficios y generando “doctrina” y miedo, a la vez que manteniendo la impunidad de su engaño masivo.
¿Cómo nos puede iluminar la Palabra que es siempre “espada de doble filo” y escruta los deseos y las intenciones de nuestro corazón (Hebreos 4, 12-13)?
¿Cómo buscar en el presente “el espíritu de sabiduría y prudencia” que hace que cualquier cosa o riqueza a su lado se convierta en un poco de arena o de barro (Sabiduría 7, 1-11)?
¿Qué hubiera dicho Jesús, sentado en la mesa de la rueda de prensa junto a los portavoces de la Fundación FOESSA?
Probablemente habría intentado buscar un encuentro con ese reducido grupo de grandes capitalistas millonarios, defraudadores y evasores fiscales, que están chupando la sangre de la gente, minando la fraternidad, y al que algunos partidos están empeñados en blindar y proteger.
En ese encuentro, en un clima cálido y fraterno, les habría mirado a los ojos con gran ternura, y les habría planteado con enorme confianza y respeto algunas preguntas (Marcos 10, 17-30):
¿A qué dedicáis vuestra vida; en qué estáis invirtiendo vuestras energías y vuestro corazón?
¿Por qué no le dais la vuelta al orden de vuestras seguridades?
¿Por qué no os dejáis mirar por Dios, vuestro Padre y vuestra Madre, ante quien todos hemos de rendir cuentas?
¿Por qué no invertís en humanidad y fraternidad?
¿Por qué no buscáis la compañía y la sabiduría de las personas sin hogar y de las familias refugiadas?
¿Por qué no escucháis el clamor de los desempleados, de los trabajadores pobres, de las empleadas del hogar, de las víctimas de la trata y de todas las violencias?
¿Por qué no construís desde abajo, con la gente, unas relaciones nuevas?
Nosotras, cada una de nosotras, habríamos asistido discretamente a este encuentro, probablemente tras las cortinas, para no perdérnoslo, y con el convencimiento de que no iba con nosotras y de que, por fin, alguien iba a cantarles las cuarenta a los de siempre.
De manera inesperada, una vez más, nos habríamos sentido salpicadas y removidas por estas preguntas que considerábamos no dirigidas a nosotras. Y, probablemente, cada una habríamos sentido el peso y el lastre de nuestras seguridades y riquezas, y de manera discreta, habríamos dado un paso atrás –no abatidas como el joven rico-pero sí un poco más convencidas de que sólo Dios es bueno y de que necesitamos cada día el auxilio de su Espíritu y a la comunidad para seguir cambiando el orden de nuestras seguridades y apuestas vitales.
¡Sigamos, entonces, acompañándonos en este duro camino de cuestionar nuestro “desorden” vital para reconstruirlo desde abajo con las hermanas y todos los desposeídos y excluidas de nuestra sociedad!