Domingo 26 del T.O. Ciclo B
Por: M.Carmen Martín. Vita et Pax. Madrid
La predicación del Evangelio no es un sermón neutral que pueda satisfacer a todo el mundo y tranquilizar conciencias, sino una denuncia clara de las desigualdades económicas y sociales que dividen artificialmente a la humanidad en clases. Un claro ejemplo de ello es la carta de Santiago. Esta carta denuncia con audacia y arrojo la avaricia de los ricos y la corrupción pertinaz. Recuerda la importancia de la relación entre la fe y la vida social, económica y política; justo lo que muchos habían olvidado ya en tiempos de los primeros discípulos y lo que estamos olvidando los discípulos y discípulas de hoy. La fe está vinculada con la justicia. Cualquier intento por separar la fe de la vida no es cristiano y está condenado al fracaso.
En la sociedad que vive Santiago, tan parecida a la actual, los ricos se aprovechan para engordar sus riquezas, mientras que los pobres, la mayoría, viven en la indigencia. La carta nos permite ver cómo el problema de la corrupción social afecta a todos. A unos porque viven sin preocuparse de sus hermanos y explotándolos; a otros porque no tienen lo suficiente para vivir. Por eso el ataque a los ricos en esta carta no tiene parangón.
En España, la corrupción, por desgracia, sigue estando muy presente. La emergencia de multitud de escándalos y la correspondiente preocupación por este fenómeno, erosiona la confianza en las instituciones. La corrupción puede ser de muchos y variados tipos, entre los que se incluyen: el soborno, la connivencia, la malversación, el robo, el fraude, la extorsión, el abuso de discrecionalidad, el favoritismo, el nepotismo, el clientelismo…
En el año 2009, el ex-Fiscal General del Estado, hablando de la corrupción política, reveló en el Congreso que las causas que se estaban investigando en la Fiscalía en ese momento eran 730, por delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones. Desde entonces, algunas de estas causas han sido cerradas, pero otras muchas abiertas. Y de importantes causas abiertas han ido surgiendo numerosos casos anexos que han dado lugar a piezas separadas de extraordinaria repercusión política y social. Obviamente, los casos más significativos han sido ampliamente tratados por los medios de comunicación. Muchos otros han pasado desapercibidos.
Pero lo que más daño ha hecho en España no son los casos de corrupción, sino el hecho de que la ciudadanía consintiéramos, por activa o por pasiva, estas prácticas y actitudes. A menudo se oye aquello de “yo también lo habría hecho” o “si tú hubieras tenido la oportunidad, seguro que también habrías pillado tajada”. Es decir, se ha socializado la corrupción como una realidad más que puede ser tolerada.
Sin embargo, ya es hora de no mirar para otro lado. Es fundamental que caigamos en la cuenta de que, por importante que sea la gestión de los gobernantes, más importante es la honradez de la ciudadanía. Es más, podemos asegurar que los gobernantes o personajes públicos corruptos pierden la vergüenza y la dignidad porque saben que pueden perderla y no pasa nada. Gozan de impunidad por los que callan, los que no quieren meterse en líos, los que saben que, con su silencio y su pasividad, podrán medrar y subir.
Un país en el que las cosas funcionan así no podrá salir de la corrupción. Sólo con nuestra honradez cuando no nos mordemos la lengua ante la corrupción, sea de quien sea, cuando esa corrupción se publica a los cuatro vientos, cuando se denuncia y no se tolera, entonces es cuando somos ciudadanas y ciudadanos cabales. El día que reaccionemos así ese día se acaban los corruptos; ese día habrá más justicia y el sol brillará con más luz.
Santiago, además, nos recuerda que la última respuesta a la corrupción viene de Dios, único juez, y el Papa Francisco con valentía profética declaró que la corrupción no puede ser perdonada. Ciertamente pueden ser perdonadas las personas corruptas cuando cambian de mente y de conducta pero nunca la corrupción en sí.
Por desgracia la Iglesia tampoco ha escapado a la seducción de la corrupción pero de esto hablaremos otro día.