La Palabra que hace vivir

La Palabra que hace vivir

 Domingo V de Cuaresma. Ciclo A

Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Madrid

Antonio Machado nos invita a escuchar entre las voces una: escucho solamente entre las voces una … a distinguir me paro las voces de los ecos. No es cosa fácil. Son tantas las voces que se levantan a lo largo del día, tantos los discursos y palabras, tantas las urgencias que nos reclaman… que es difícil hacer silencio para escuchar y escuchar no cualquier voz, sino aquella que nos hace vivir. Las tres lecturas de hoy nos hablan, precisamente, de esto, de vida, de una Palabra que nos hace salir de nuestros sepulcros y nos da Vida.

En el Evangelio, la voz que despierta a Lázaro no es una voz cualquiera, sino la voz de un amigo. Desde el principio de la historia lo sabemos: Jesús amaba a Lázaro. Sus hermanas se lo recuerdan con delicadeza para que acuda velozmente: “el que amas está enfermo”. Además, “Jesús se echó a llorar”, es una palabra deshecha en llanto, palabra que ha llorado por Lázaro. Marta y María comprendieron, al ver tal conmoción, que a Jesús le importaba Lázaro. Y mucho.

Y es que para hacernos vivir no basta una voz cualquiera. Ha de ser una voz capaz de tocarnos por dentro, de llegar hasta el lugar donde nos habíamos retraído, de reavivar los rescoldos que todavía laten bajo nuestras cenizas y de hacernos salir fuera. La voz de Jesús no es fría: está llena de pasión, de amor y de deseo.

Lázaro ha vuelto a la vida. El Evangelio nos lo muestra saliendo del sepulcro y avanzando. Y, sin embargo, camina todavía con dificultad. “Lázaro, sal fuera”. Al obedecer esta voz no sospechaba las muchas sorpresas que encontraría. La luz que deslumbró sus ojos al salir del sepulcro no era la misma que le despidió cuando su muerte. Y es que encontraba ahora un sentido nuevo en sus tareas cotidianas, colores más vivos en el tejido que le ligaba a los suyos. Su casa, la de siempre, la que creía conocer tan bien, se descubre más acogedora y cálida. Seguir a Jesús no es huir de las propias ocupaciones y preocupaciones, sino volver a ellas, afrontarlas con mayor hondura, con otra perspectiva, descubrir el modo en que se abren al Misterio de Dios cercano. Lázaro comprendió mejor a su Amigo.

Empezábamos el comentario citando a un poeta y terminamos con otro: Gustavo Adolfo Bécquer. Piensa el poeta en el arpa, olvidada de su dueño y abandonada en un ángulo oscuro del salón. Cesaron ya sus arpegios y ha quedado muda su música. Esta visión evoca el estado de muchas personas que tal vez son genios, pero que han olvidado la llamada al asombro y la inagotable riqueza de sus vidas. Y exclama: Cuántas veces el genio/así duerme en el fondo del alma/y una voz, como Lázaro, espera/que le diga: ¡levántate y anda!

Entendemos que la resurrección de Lázaro se refiere también a nosotras. Significa algo que nos sucede a todas las que estamos dormidas y se nos invita a despertar. Lázaro son todas las personas que han perdido la esperanza, que han atrofiado su capacidad de escucha, que ya no reaccionan ante la alegría que nos envuelve y nos llama a vivir…

Nos hacemos así una idea del poder de la Palabra de Jesús. Es una Palabra que se dirige a alguien sin oídos, sin capacidad para recibir ningún mensaje. Es una Palabra que tiene que devolver la escucha a quien la oye. Palabra creativa, capaz de conformar el corazón que pueda recibirla. Es Palabra que debe regenerar no sólo la persona, sino las relaciones, el grupo, la familia, la comunidad.

Estamos llegando al final del camino cuaresmal. En nuestro interior habita una artista dormida que quiere despertar, una tímida bondad que quiere desbordarse, un amor que no conoce límite, una capacidad de riesgo que desconoce fronteras… aún tenemos tiempo de escuchar: ¡levántate y anda!

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