17º Domingo T.O. Ciclo A
Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Madrid
La segunda parábola del evangelio de hoy nos habla de un “comerciante”. Dicen los estudiosos que, este término connota la idea de una especie de mayorista y, quizá, de un mayorista que vende a través de intermediarios artículos cuyos precios los clientes pueden permitirse. Mientras que en la primera parábola el hombre que fortuitamente encuentra un tesoro en el campo podría ser cualquier persona con suerte, en la segunda, el “comerciante” no es solo “cualquiera”, tiene una profesión y la ejerce.
La parábola no compara el Reino de los Cielos con la perla, sino con el comerciante que, buscando perlas finas, vende cuanto tiene por una fabulosa. A lo largo de los acontecimientos, el comerciante cambia su idea, su profesión y su vida. Buscaba perlas finas pero abandona su búsqueda no cuando tiene suficiente número, sino cuando encuentra solamente una y, en ese momento, liquida sus pertenencias, vende “todo lo que tiene” y la compra.
El Reino no es la perla, y tampoco es el comerciante. El Reino es lo que viene después de “se parece a”. El Reino se parece a un comerciante que busca perlas y que, tras encontrar lo que no esperaba –lo mejor de lo mejor-, hace todo lo posible para obtenerla. Reducir el Reino de los Cielos a una cosa, perla o comerciante, es un acto de mercantilización. El mercader ha encontrado lo que quería y al hacerlo, ha redefinido tanto sus valores del pasado como sus planes de futuro; la “importancia del cambio de vida” es primordial: ya no es el que era.
Según los criterios sociales y económicos de la Galilea del siglo I como los nuestros en el siglo XXI, el comerciante ha actuado de manera insensata. Sin embargo, establece unos patrones alternativos no determinados por la sociedad y el rendimiento. Es capaz de reconocer lo que para él tiene un valor verdadero y hace lo que tiene que hacer para obtenerlo. La perla que adquiere no es simplemente la mejor de muchas, la única entre muchas. Es cualitativamente diferente, singular, modélica; rebasa el concepto de “perla” y remite a algo nuevo, a algo hasta entonces no visto ni conocido.
Nuestro antiguo comerciante nos suscita cuestiones sobre nuestras capacidades de adquisición. Estamos buscando continuamente ya sean perlas finas, un nuevo trabajo, otro título, una plenitud espiritual… Pero cada vez que encontramos nuestro objetivo, resulta que es efímero. Volamos de deseo en deseo, nunca totalmente satisfechos. Pero conocer la propia perla conduce a eliminar otras necesidades y deseos. ¿Conocemos lo que realmente queremos cuando lo vemos? ¿Qué es lo que tiene un valor definitivo en mi vida? El comerciante se ha salido del ámbito de querer y querer más. No solo puede romperse el círculo, se puede salir de él completamente.
En segundo lugar ¿Estamos dispuestas a parecernos a este ex-comerciante e ir “a por todas”? ¿Estamos dispuestas a apartarnos de todo lo que tenemos para obtener lo mejor? Y, por último, la parábola, es decir, Jesús, además de desafiarnos para que identifiquemos nuestra propia perla, nos pregunta si sabemos cuál es la preocupación última de nuestros prójimos, es decir, cuáles son sus perlas.