Solemnidad de la Santísima Trinidad
Por: Josefina Oller. Vita et Pax. Guatemala
Es un gusto que, después de haber celebrado el ciclo pascual tan centrado en Jesucristo, su Pasión, su Muerte, su Resurrección y sus Apariciones fortaleciendo la fe de los discípulos, celebremos hoy a la TRINIDAD adorándola, bendiciéndola y agradeciendo toda su obra en conjunto. Solemnidad puesta cabalmente al comienzo de la segunda y más larga parte del tiempo ordinario para que ilumine la vida cotidiana de los seguidores de Jesús.
La Trinidad es, por excelencia, el mejor punto de referencia de la vida cristiana, individual y comunitariamente considerada. Ella es diálogo, comunicación y comunión. Nuestro Dios es cercanía, generosidad, amor puro sin ninguna adherencia de egoísmo: ESTA ES SU IDENTIDAD, SU “ADN”.
Las lecturas de hoy, de manera particular la del Éxodo y la evangélica, son una clara muestra de ello. El pueblo en el desierto sufría la amenaza de fracasar en su camino de liberación.
Se les hacía difícil caminar sin “ver”, sin “sentir” al Dios que los había sacado de la esclavitud: –el camino de la fe antes y ahora es duro-. Cayeron en la idolatría –también ahora nos hacemos ídolos-. Pero YAHWE es fiel y da de nuevo la oportunidad: ordena a Moisés subir a la montaña y a su vez, EL desciende.
Y se da el encuentro. Moisés se atreve a pronunciar su nombre y el Señor se revela: “YAHWE, DIOS COMPASIVO Y BONDADOSO, PACIENTE, RICO EN AMOR Y FIDELIDAD” son sus características esenciales. Dios no rompió la alianza con su pueblo, siguió caminando con él. Dios comprometido con un pequeño pueblo que en su travesía tendría momentos de grandes seguridades: “Qué Dios es tan grande como nuestro Dios” y momentos de grandes infidelidades.
Pero el Dios trinitario, dispuesto siempre a buscar soluciones abrió el diálogo entre sí, entre los tres –deliciosamente lo intuye y lo cuenta S. Juan de la Cruz en el romance de la Encarnación-: El Padre, preocupado por toda la humanidad ve necesario eliminar distancias y le propone al Hijo que se iguale a la que considera su esposa. El Hijo responde: “mi voluntad es la tuya y mi gloria, cumplirla”. Así de sencillo, así de fácil. Por eso podemos saborear hoy en el texto evangélico, las palabras de Jesús a Nicodemo: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único…”.
Dios ama a cada hombre y a cada mujer, a todos ofrece gratuita y anticipadamente la VIDA EN PLENITUD. Depende de cada persona la aceptación o el rechazo. Dios no puede hacer más: el Padre en el Hijo nos lo ha dicho y nos lo ha dado TODO.
El Hijo, con sus palabras, actitudes y gestos liberadores nos ha transmitido, con total fidelidad, el retrato exacto del Padre: “el Padre y yo somos una misma cosa”, nos ha detallado su proyecto y el camino a seguir y el Espíritu de los dos es el que trabaja incesantemente en los corazones de las personas consolando, dándoles a gustar lo que es bueno; trabaja en el corazón de las comunidades eclesiales animándolas, sugiriendo iniciativas, impulsándolas a “salir” y trabaja en el corazón de la historia conduciéndola hacia la plenitud y para que progresivamente sea realidad el sueño de los TRES: LA FRATERNIDAD UNIVERSAL. QUE LA HUMANIDAD REBOSE DE LA VERDADERA VIDA.
La fiesta de la Santísima Trinidad, es la fiesta de la comunidad cristiana y ha de iluminar toda su vida y su caminar. Ha de ser su brújula. Las recomendaciones paulinas revelan el rostro que debe transparentar, caracterizado por la alegría, la animación mutua, la búsqueda y cumplimiento de lo que quiere el Señor, la unidad -obsesión de Jesús en su última cena con los discípulos, hecha oración al Padre- el vivir en paz. Todo ello conduce a la capacidad de superar los conflictos, al diálogo, a la solidaridad, a tener un único objetivo: EVANGELIZAR, dar testimonio del Dios rico en misericordia.
La Trinidad impregna toda la vida cristiana. Toda la liturgia de la Iglesia, cualquier actividad empieza y termina en su nombre. Ojalá seamos cada día más conscientes de que decir: EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO, es un compromiso de amor, de fidelidad, de coherencia, de comportarnos como hijos/as, hermanos/as, colaboradores eficaces en el proyecto del REINO:
Que toda nuestra vida sea un canto de bendición y alabanza a los TRES que han
querido hacer de nuestros corazones su morada.