La vid y los sarmientos

el tiempo de la vendimia es ahora

Por: Pedro Jurío. Párroco de Cristo Rey. Pamplona.

5º Domingo de Pascua, ciclo B

Por segundo domingo consecutivo escuchamos palabras de Jesús en el evangelio de Juan que utilizan imágenes y alegorías tomadas de la vida diaria, de la agricultura y el campo. Si el domingo pasado era la imagen del pastor, en este es la de la vid y los sarmientos. Es sabido que Juan, a través de estas y otras imágenes y ejemplos (pastor, puerta, vid, agua, pan, luz, camino…), quiere introducirnos en la identidad profunda de Jesús.

La imagen de la viña es utilizada frecuentemente en el Antiguo Testamento para hablar de las relaciones de Dios con su pueblo Israel. El pueblo de la alianza es la viña mimada de Dios, que él plantó y cuidó con cariño, pero que no dio el fruto deseado (ver Is 5,1-7; Jer 2,21).

Jesús se nos presenta como la verdadera vid, raíz y tronco del pueblo de la nueva alianza. La fidelidad que Dios no halló en la “viña” Israel la encuentra en la “vid” Jesús, y el pueblo que nace de esta cepa es la Iglesia.

La alegoría tiene varios planos de lectura: trinitario, cristológico, bautismal-eclesiológico y aun eucarístico.

En el plano trinitario, el Padre es el viñador y Cristo es la vid. En el suelo de Israel, en la historia de la Salvación ha brotado finalmente una vid sana: el Hijo. Dios lo envió como Salvador. La iniciativa de la salvación parte de Dios y el Hijo es su enviado. Por eso el Padre mismo cuida su vid preciada, podándola para que dé más fruto y arrancando los sarmientos improductivos. La poda, aunque dolorosa, es necesaria para el vigor de la vid y para que dé fruto. ¿No estaría pensando Jesús en tantos seguidores “a medias”, en tantos titubeos y medias tintas y aun fracasos en el discipulado? No olvidemos que esta alegoría forma parte en el evangelio de Juan del “discurso de despedida” en la última cena, cuando Jesús ya ha anunciado la traición de Judas.

Hoy, el Padre, por el Espíritu, sigue podando los sarmientos, que somos nosotros, los bautizados incorporados a Cristo, para que demos el fruto deseado. Poda, limpia, eliminación de lo caduco y de lo accesorio e inútil, sigue siendo un ejercicio necesario para ser miembros vigorosos de Cristo. Sin olvidar que la alegoría habla también de sarmientos secos desechados.

El plano cristológico nos habla de la unión íntima con la vid, Cristo. No hay rama que fructifique si no está unida al tronco. Por el tronco y las ramas corre la misma savia, la misma vida. Cristo es la vida (expresión favorita de Juan), su vida nos hace vivir; es decir, solo en la medida en que su vida está en nosotros somos de verdad discípulos suyos. San Pablo lo expresó con rotundidad: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

La alegoría habla de “dar fruto”. De la unión-comunión con Cristo nacen frutos de amor mutuo: “No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (2ª lectura, 1 Jn 3,18). Una vida que no produce frutos de amor no es una vida injertada en Cristo. Sin frutos de amor, somos sarmientos enfermos o secos. Precisamente la primera carta de Juan, que también leemos estos domingos, insiste en la unidad de la fe y el amor: no hay fe sin amor, y un amor tangible, de obras. Algunos afirman que la fe es alienante y nos aleja de la realidad de la vida. Juan dice que quien no ama concretamente, tampoco cree cristianamente. Pero, a la inversa, el amor cristiano nace de la fe en Aquel que nos amó primero y envió a su Hijo para salvarnos (ver 1 Jn 4,10). Entre fe y amor hay una relación de ida y vuelta: el amor nace de la fe y la fe lleva al amor.

El plano bautismal-eclesiológico nos hace descubrir la realidad de la Iglesia como pueblo de la nueva alianza, formado por aquellos que pertenecemos a Cristo, como los sarmientos pertenecen a la vid. En lugar de la antigua viña Israel, Dios se ha elegido un nuevo pueblo universal, abierto a toda la humanidad, que surge de la pertenencia a Cristo por la fe y el bautismo. El bautismo, dice san Pablo, nos “incorporó” a Cristo (ver Rom 6,3). Incorporar significa hacernos parte de su cuerpo, parte de él, Cristo.

En la alegoría podemos descubrir también un plano eucarístico, ya que nos habla de “permanecer en Cristo”, utilizando expresiones similares a las del discurso eucarístico del pan de vida (ver Jn 6,56). Por la vid y los sarmientos, por Cristo y por los cristianos corre la misma vida. La eucaristía es el sacramento de la comunión con Cristo, que nos da su vida. Pero también es el sacramento de la comunión fraterna. Vida de Cristo en nosotros que nos lleva a vivir una vida de amor para los demás: estos son los “frutos” de nuestra inserción bautismal y eucarística en Cristo.

Sigamos celebrando la Pascua con el gozo de sabernos sarmientos de la vid que no perece y ramas del árbol de la vida perenne, Cristo.

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