Domingo 18 del T.O. Ciclo B
Por: M. Ángeles del Real Francia. Mujeres y Teología de Ciudad Real
Éxodo 16,2-4. 12-15: “En aquellos días, la comunidad de los israelitas protestó a Moisés y Aarón en el desierto…El Señor dijo a Moisés: yo haré llover pan del cielo…”.
Siempre podemos tener razones para la queja, el dolor está ahí, no nos es ajeno, la injusticia está ahí, pero ¿Dios, no lo ve o es indiferente?, ¿donde está en este mundo con tanto sufrimiento?, ¿se ha olvidado? Dios se cuida de su creación, de la obra de sus manos, pero no sabemos verlo, se nos han oscurecido los ojos y el corazón, y tenemos la fantasía de creernos solos. Sin embargo Dios está entre nosotros, camina con nosotros; con solícito cuidado, hace llover pan del cielo para todos los que deseen recibirlo gratuitamente.
Salmo 77,3 y 4bc 23-24.25 y 54 R: “El Señor les dio pan del cielo”.
Vayamos al verdadero pan del cielo
Efesios 4,17.20-24: “…Dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad, y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas”.
¿A qué somos llamados, cuál es nuestro destino como seres humanos? Somos llamados a vivir una vida en plenitud, a una vida de justicia y santidad, a ser semejantes a Cristo, dejándonos hacer por su Espíritu.
San Juan 6, 24-35: “… Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. …Yo soy el pan de vida el que cree en mí no tendrá hambre, el que cree en mí nunca tendrá sed”.
¿En verdad creemos que Dios nos puede saciar?
Vivimos en un mundo tan agitado, con tantos recursos, información, ofertas. No tenemos tiempo para llegar a todo cuanto se nos ofrece, tenemos la tentación constante de usar y tirar, para llegar a tener o experimentar más cosas. Solo importa lo que creemos que es útil, pero solo percibimos las cosas superficialmente, en nada profundizamos, las cosas no llegan a ser valiosas ni nos llegan a afectar verdaderamente.
Vivimos o más bien parece que pasamos por la vida de puntillas sin vivirla verdaderamente, siendo esclavos de las circunstancias del consumo ilimitado, de las prisas impuestas.
Vivimos apresuradamente, sin saborear los dones que la vida nos depara, sin saborear el pan de cada día, sin ser conscientes del regalo, del don con el que somos agraciados y sin percibir a lo que somos llamados, a ser saciados en la fuente de la vida, a ser semejantes a Cristo, a ser don de Dios.
Somos creados para la vida en abundancia, hemos sido creados para la vida y somos cuidados con esmero. Como a los israelitas se nos llama a ver nuestra situación de esclavitud y se nos invita a ir a una tierra de leche y miel, pero el camino hemos de hacerlo, no nos faltará el maná, el don de Dios para recorrer ese camino de liberación hacía nuestro propio interior, donde seamos criaturas nuevas, donde seamos despojados de nuestro hombre viejo y seamos revestidos del ser nuevo, portadores de la buena y verdadera vida. Jesús nos ha mostrado el camino, Él es el pan que sacia, el verdadero pan del cielo.
Pero ¿tenemos abiertos los ojos?, ¿sabemos ver el camino?, ¿vamos a Jesús o nos quedamos en el alimento que no sacia?, ¿perseguimos metas que no nos quitan el hambre? El Evangelio es claro en este aspecto, la verdadera vida está en ser de Dios, ir asemejándonos a Cristo, solo ir a Él puede saciarnos, ¿creemos esto?
Aprendamos con Jesús a profundizar en las cosas, en las personas, en todo cuanto nos sale al encuentro, con calma, sin prisas, dejándonos afectar. Permitiendo que cada cosa, cada situación, acontecimiento, sea significativo, cada ser humano sea el otro en quien me sostengo y a quien sostengo, en definitiva sea don de Dios para mí, sagrado. Permitámonos penetrar en el don, en lo sagrado, permitamos que el Espíritu Santo nos haga hombres y mujeres nuevos, nos haga santos, nos colme de vida, nos haga semejantes a Jesús, que nos sacie de Él, para que lleguemos a ser en Él y por Él, verdadera comida y verdadera bebida, portadores de vida.
“Espíritu Santo, renueva nuestra fe, haznos verdaderos/as creyentes, asemejándonos a Jesús, para nunca más tener sed”.