Corpus Christi. Ciclo B
Por: Dionilo Sánchez Lucas. Laico. Ciudad Real
Dios nos invita a una gran fiesta, a la fiesta más importante de nuestra vida. Celebramos la fiesta del sacrificio, de la entrega, de la comunión, del amor, que tiene su expresión máxima en la muerte y resurrección de Jesucristo, en el darnos su cuerpo y su sangre para la salvación de toda la humanidad.
Pero toda fiesta necesita una preparación, la fiesta única también precisa una preparación única. Cada uno de nosotros tenemos que hacer nuestra preparación, la que se refiere y concierne a nuestra vida.
De una manera o de otra Dios nos va diciendo, nos va transmitiendo “todas las palabras, Ex 24,3”, que desea que escuchemos para ponerlas en práctica en nuestra vida, nosotros debemos tener los oídos atentos para que vayan penetrando en nuestro interior.
Las “palabras” nos llegarán de diversas formas, mediante la lectura meditada de la palabra de Dios; mediante textos o documentos de la historia de la iglesia; con nuestra formación en las comunidades parroquiales, grupos de oración, reflexión y vida; formación teológica o pastoral, retiros o ejercicios espirituales.
También nos llegan las “palabras”, con más importancia si cabe, con la escucha, la cercanía y la aproximación a la vida de las personas. Debemos saber, adentrar en nuestro interior, que hay personas que no tienen trabajo para vivir con dignidad, que no tienen unos ingresos mínimos para cubrir sus necesidades básicas de alimentación, sanidad y educación; que están en riesgo de exclusión porque van a perder su vivienda o no pueden pagar la luz o el agua.
También escuchar el susurro de aquellos que están lejos de nosotros, que pasan verdadera hambre, que la enfermedad les lleva fácilmente a la muerte, que soportan la esclavitud en su vida diaria, que deciden emigrar buscando una vida mejor, encontrando en el intento la muerte.
La escucha de la “palabra” requiere una respuesta. Sería bueno que todo el pueblo respondiera “Cumpliremos todos las palabras, Ex 24,3”, pero Dios quiere una respuesta personal de cada uno de nosotros.
Nuestra respuesta ha de ser identificarnos y acercarnos a los que más nos necesitan, a estar dispuestos a partirnos, a gastarnos, sacrificarnos y entregar lo que somos y tenemos; a compartir todo lo nuestro que les puede venir bien a los otros, nuestro tiempo, conocimiento, valores, dones y nuestros bienes. Estar dispuestos a dar nuestra vida por el bien de los demás, procurando la dignidad de cada persona, para buscar y conseguir el desarrollo integral de la comunidad universal. Construyamos un mundo de paz, justicia y amor, así se hará luz el Reino de Dios.
Mientras esperamos la plenitud del Reino, tenemos que recordar y vivir el encuentro con el Señor, celebrar la Eucaristía, ese acto de amor de Jesucristo que bendice al Padre, se parte y muere por cada uno de nosotros y se nos da para que nos sintamos unidos a Él, permanezcamos en la esperanza, hasta aquel día de alegría en el Cielo y en la Tierra.