Pasa al banquete de tu Señor

Banquete de Jesus

Domingo XXXIII T.O. Ciclo A

Por: Cecilia Pérez Nadal. Vita et Pax. Valencia

Llegar al final de un camino, de una experiencia, de una tarea, supone haber hecho un recorrido, supone poder contemplar la verdad de un comienzo y de un final, un tiempo para descansar visualizando momentos importantes o simplemente cotidianos, actitudes, encuentros… que nos han ido reforzando o debilitando, alegrando o entristeciendo, que nos han ayudado a ser mejores y a confiar más, en el mejor de los casos.

Esta es la situación que me gustaría provocar, que provoca en mí un deseo de parar y contemplar, pues al final de un recorrido nos encontramos dispuestos a comenzar uno nuevo con necesidad de cargar las pilas, preparándonos a la nueva experiencia que será otro año litúrgico.

Domingo 33 significa haber llegado a conseguir otra meta y me pregunto si lo he vivido en Jesucristo, pues desde él y con él he debido compartir estos últimos doce meses.

La liturgia de hoy creo que va por ese camino de cerrar etapa. Y San Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses nos alerta sobre la llegada del Señor que será imprevisible, cuando quizás nuestras propias seguridades nos tengan “descansando” o adormecidos, acomodados y centrados en nosotros mismos.

Pero no, conscientes de ser hijos de la luz e hijos del día se espera de cada uno de nosotros vivir en vigilante espera, con los ojos, las manos, el corazón, abiertos y sensibles ante las necesidades de los otros.

Estamos intentando buscar claves donde ir sustentando lo que tiene que ser el modelo y parece que el planteamiento de este domingo ofrece una clarísima realidad y es la del trabajo.

Mateo, en su evangelio, nos cuenta una parábola imprescindible y vital que afecta a todos y nos ayuda a librarnos de las justificaciones que, a menudo o siempre o algunas veces, nos encanta esgrimir para librarnos de la responsabilidad que nos exige ese ser hijos de la luz, ese vivir en vigilante espera, ese seguir los pasos de Jesús.

Hacer recopilación de otro año pasado nos enfrenta hoy con esta parábola de los talentos. Preciosa y exigente parábola de donde sacar unas cuantas y estupendas conclusiones:

La primera es que los dones que poseemos son regalo de Dios, él nos los ha dado, todos los tenemos de una clase o de otra y nos constituyen como personas. Desde este planteamiento la humildad es rasgo barredor de la soberbia, la autosuficiencia, autocomplacencia y nos hace agradecidos.

La segunda es consecuente y se refiere a que son para el bien común, para mejorar, embellecer, alegrar, la vida de los demás seres y del mundo. Es contraria al ejercicio de poder y dominio, al egoísmo.

La tercera es la necesidad de potenciar, trabajar con el regalo de nuestra vida huyendo de la holgazanería, de la comodidad e inmovilidad, del miedo al riesgo y a la novedad.

Llegada a este punto, unas cuantas preguntas me quedan en el aire surgidas  de las conclusiones anteriores, pero cada cual que saque las propias consecuencias. Es tiempo y momento de repaso y de reflexión y después de mirarnos en el espejo y reconocer incompetencias, fallos y debilidades, también lo es de agradecimiento, de planteamientos llenos de esperanza y de fuerza: porque la fuerza es de Dios.

¿Verdad que nos gustaría escuchar, cuando llegue el momento, “pasa al banquete de tu Señor”? A mí, sí. ¡Qué bien!

 

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