2º Domingo de Pascua, Ciclo B
Por: Sagrario Olza. Vita et Pax. Pamplona
¡Qué bonito saludo para un encuentro, para cualquier encuentro! Es así como saluda Jesús a sus discípulos “al anochecer de aquel día, el primero de la semana”. Era la primera vez que él se les hacía presente después de su muerte. Ellos sabían que había muerto, colgado en una cruz, el suplicio más cruel que se aplicaba a “los malhechores”. ¿Cómo no iban a estar “en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”? Al fin y al cabo cualquiera podía acusarles diciendo: “Tú eres uno de los suyos…”
Verdaderamente, necesitaban experimentar que Jesús estaba vivo, que les transmitía un mensaje de serenidad, de paz… Solo a partir de esta experiencia pudieron salir a la calle y proclamar que lo de su Maestro y Amigo no había terminado en la cruz, que todo lo que él les había dicho durante el tiempo que anduvieron con él y el testimonio de su propia vida, no eran solo palabras bonitas y entusiasmantes sino el verdadero Mensaje que Dios transmitía al Pueblo – y al mundo entero- por su enviado, el Mesías prometido: Dios es Padre-Madre, ama a todos sus hijos por igual y quiere que vivamos como hermanos.
Como hijos, podemos sentirnos queridos por su Amor infinito y como hermanos hemos de querernos y ayudarnos, a la medida de nuestra capacidad de amar.
Anunciar, proclamar, que este es el Proyecto de Dios para todos nosotros es lo que Jesús entendió y asumió como la misión de su vida; esta misión la fue cumpliendo en medio de muchas dificultades y le llevó, finalmente, hasta la cruz.
No nos cuesta mucho situarnos ante el relato de los discípulos, encerrados en una casa por miedo a los judíos. También a nosotras/os nos cuesta a veces manifestarnos como creyentes, seguidores de ese Jesús, del que se pudo decir que “Pasó por la vida haciendo el bien” ¿Se puede decir algo mejor de alguien que ha muerto? ¿Y decir que intentamos seguir a ese Jesús nos avergüenza? ¿Nos da miedo? Quizá somos como Tomás, que no creyó mientras no vio, mientras no experimentó esa presencia… Pero Jesús, ante Tomás, se dirigió a todos nosotros: “¡Bienaventurados los que crean sin haber visto!”
No le hemos visto con nuestros ojos de la cara pero se nos ha hecho presente a “los ojos del corazón”. Jesús y su Mensaje han llegado a nosotras/os por la experiencia y el testimonio de los que se han encontrado con él a lo largo de la historia. De todos aquellos que consideraron que el Evangelio que Jesús anunciaba y su manera de vivir eran buenos –¡los mejores!- para nuestras propias vidas y para la convivencia humana, que su invitación a servir y ayudar a los demás es la mejor manera para nosotros de crecer como personas y lograr que los demás crezcan igualmente, que vivir en fraternidad es la mejor manera de vivir que nos podemos ofrecer unos a otros.
Ante el asombro de los miedosos discípulos Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado así también os envío yo”. Somos afortunados, hemos recibido una misión importante: trabajar, colaborar con toda persona dispuesta a hacer un mundo mejor, un mundo fraterno, un mundo digno para todos los que lo habitamos, en el que todos vivamos en paz y armonía, sin miedos a los otros seres humanos porque confiamos que nadie quiere hacernos daño porque es nuestro hermano.
“Así os envío yo…” Seguimos a aquel que “pasó por la vida haciendo el bien”. Nuestra misión, como enviadas y enviados, es dar continuidad a lo que Jesús inició: hacer el bien que podamos, sembrar paz, acoger y acompañar a los que se sientan débiles o se les niegan derechos, defender y restablecer dignidades… ¡Cuánto por hacer y cuántas posibilidades de hacerlo, a pesar de nuestras propias fragilidades y del peso de nuestras comodonerías y egoísmos! A lo largo de su vida Jesús también tuvo que luchar con las tentaciones que le presentaban caminos más fáciles a seguir y con resultados prometedores de más gloria que morir en una cruz.
Jesús contempló y admiró la Naturaleza; en muchas de sus Parábolas pone ejemplos de lo que él conoce y ve a su alrededor: la higuera, la vid, los lirios del campo, las semillas, las tormentas… Todo es obra de su Padre, ofrecida como “la Casa” en la que pudieran vivir cómodamente todos sus hijos. Pero los hijos no hemos administrado bien el rico “Patrimonio” recibido: hemos repartido mal “los frutos de la Tierra” y, con el afán de apropiarnos de ellos para utilizarlos a nuestro capricho, hemos ido deteriorando progresivamente “la Casa” común. Para los seguidores de Jesús hoy, “Pasar por la vida haciendo el bien” también incluye “hacer el bien a la Naturaleza”, para que siga siendo un lugar habitable para las generaciones que vendrán y repartir justamente sus frutos para todos los que vivimos y vivirán en ella.
“¡Paz a vosotros!”… “…Así también os envío yo”. Palabras de Jesús a sus discípulos, a los de ayer y a los de hoy, a nosotras/os concretamente. ¿Nos consideramos creyentes, seguidoras y seguidores de Jesús? Con la Paz que él nos ofrece y sabiéndonos enviadas/os, ¿nos quedaremos recluidos en nuestras perezas, indecisiones, egoísmos, rivalidades…? Manifestemos nuestra adhesión a Jesús con nuestras palabras, con nuestras actitudes y, sobre todo con nuestras obras, con el convencimiento de que, lo que él dijo y practicó, sigue siendo Buena Noticia, y muy necesaria, para los que hoy formamos la única familia humana.