Domingo XV del TO.
Por: Teresa Miñana. Vita et Pax. Valencia
Textos Litúrgicos:
Dt 30, 10-14
Sal 68
Col 1, 15-20
Lc 10, 25-37
Quiero comenzar este comentario litúrgico haciendo referencia al himno cristológico que recoge Pablo en su carta a los colosenses.
“Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.”
A este Jesús seguimos y queremos ser, como él, paz y reconciliación para todos entregando nuestra vida en lo cotidiano. Y para hacer realidad este deseo tenemos que escuchar su voz y cumplir sus mandatos, pero sabemos que estos preceptos son alcanzables porque la ley del Señor está en nuestro propio corazón y no excede nuestras fuerzas y esta verdad nos llega desde el Deuteronomio. Además, ahora tenemos la seguridad de que la fuerza del Espíritu del Señor es la que nos impulsa al amor.
El texto que nos propone el evangelio de hoy, quizá lo sabemos de memoria pero otro cantar es actuar como el samaritano.
Los personajes oficiales de la religión están demasiado preocupados por la legalidad. Para el sacerdote y el levita lo primero es la ley, en cambio para el samaritano lo primero es el amor. Precisamente por no ser religioso no está sujeto a normas morales externas, sino que lleva la ley en el corazón. (Como nos ha indicado en Deuteronomio)
El samaritano se dejó llevar por su verdadero ser y actúo como Dios actúa con sus criaturas, con misericordia. Se involucra, se implica, hace el problema del herido como suyo, se aproxima, lo recoge, lo cura, pone su dinero para que lo atienda el posadero…
Este hombre ha entendido bien quien es su prójimo, sin hacer la pregunta hipócrita del maestro de la ley.
A veces escuchamos a personas que hacen las cosas por amor a Dios. Podemos caer en esta trampa y así no involucrarnos y no tener en cuenta al prójimo.
Con frecuencia soy capaz de programar un prójimo para una hora determinada pero rechazo al que se me presenta sin mi consentimiento. Tengo el peligro de actuar desde la programación y no desde el amor que puede deshacer mis proyectos establecidos.
La parábola no deja lugar a duda sobre lo que Jesús entendía por prójimo. Prójimo es todo aquel que me encuentro en mi camino aquel que me necesita.
Nos dice Fray Marcos “El prójimo está siempre ahí, a nuestro lado. Descubrirlo y aceptarlo depende sólo de ti. Siempre que te aproximas a otro para ayudarle de cualquier forma, lo estás convirtiendo en próximo. Cada vez que haces a uno prójimo, te estás acercando a ti mismo y te estás acercando a Dios. Cada vez que superas tu egoísmo y pones al otro en el centro, te acercas a la plenitud de humanidad. Siempre que das un rodeo para pasar de largo ante el dolor ajeno, te estás alejando de ti mismo y de Dios. Cuando te desentiendes del otro, estás perdiendo una ocasión de dar sentido pleno a esta vida y convertirla en VIDA”.
Precisamente en estos días estamos viviendo el horror de la ruptura de la valla que separa Marruecos de España, lo que ha tenido como consecuencia tantas vidas rotas y heridas. Vemos la cantidad de personas que por salir de la miseria y de la hambruna van a la muerte. Estos casos de una forma u otra pero con las mismas consecuencias nos llevan a la globalización de la indiferencia como lo califica el papa Francisco. “Nos hemos acostumbrado al sufrimiento de los demás, no nos afecta, no nos interesa”
Aquí podríamos hacernos la pregunta QUIEN ES MI PROJIMO?
Podríamos hacer un nuevo propósito: educar la atención progresivamente para que no se nos escape el dolor de los hermanos y crecer en la vivencia del amor y la compasión.
La compasión en el evangelio es: la vibración profunda ante el otro –“conmoverse en las entrañas”, lo cual desencadena una acción eficaz en su servicio. Pero la compasión requiere una sensibilidad limpia y una gran capacidad de amar.
Pero el “fundamento” último de la compasión está definido en el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperar nada a cambio… Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6,35-36).