Pecado y Perdón

Perdón y Pecado
Domingo XXIV del TO.
Por: Dina Martinez. Vita et Pax. Madrid

 

Textos Litúrgicos:

Ex 32, 7-11. 13-14
Salmo 50
1Tim 1, 12-17
Lc 15, 1-32

Las tres lecturas de este domingo nos hablan del pecado y del perdón. Vamos a introducirnos en cada una de ellas para ver que nos dicen.

Ex 32, 7-11,13-14: El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado…

Siempre me llaman la atención estos pasajes de las escrituras donde se nos presenta a Dios enfadado ante el comportamiento de su pueblo y como, la súplica de un ser humano, le lleva a cambiar el castigo por la sanación y la bendición.

Tim 1,12-17: Cristo vino para salvar a los pecadores.

“Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento”.

Así comienza Pablo esta 1carta a Timoteo. Es un mensaje alentador, que nos invita a reconocernos como somos, sin tapujos, sin miedos, porque Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. La experiencia de la vida me va haciendo comprender que, para acoger el perdón de Dios, tenemos que haber experimentado el pecado en nuestra vida y Pablo lo expresa muy bien en esta carta a Timoteo. Cuando yo me he sentido manchada por un pecado y perdonada por Dios, ya no desprecio a la persona que está cometiendo ese u otro pecado porque sé, por experiencia, que, si pide perdón, Dios la perdonará y derramará su gracia sobre en ella.

Lc 15, 1-32: Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta…

Los dos grupos que aparecen en la parábola del hijo prodigo, representan a los dos hermanos. Entre los fariseos y los doctores de la ley está el hermano mayor, un hombre correcto que siempre ha obedecido las ordenes que le ha dado su padre, pero todo lo ha hecho por obligación, por cumplir la ley. Este hombre no ha conocido a su padre y no ha disfrutado de su amistad y de su AMOR.  El Padre sale al encuentro de los dos; espera y confía que ambos hermanos se den cuenta de su amor incondicional.

Acogiendo una reflexión que me llegó en su día, históricamente el relato ha sido interpretado unilateralmente. No va dirigido solo a los “pecadores”, sino especialmente a los fariseos para que cambien su idea de Dios. Es relativamente “fácil” reconocerse hijo pródigo. Pero es más difícil que descubramos en nosotros al hermano mayor, del que tenemos más rasgos de lo que nos reconocemos: a veces no entendemos el perdón del padre para los pródigos y nos molesta que sean tan queridos “como nosotros”.

Entre los recaudadores de impuestos y los pecadores está el hijo menor. Este, un día dijo a su padre: “Padre dame la parte que me toca de la fortuna y el padre les repartió los bienes. A los pocos días se fue a un país lejano, donde vivió desordenadamente…”  Cuando la vida se le complicó al extremo, y se moría de hambre, pensó: “Me pondré en camino adonde está mi padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Este hijo sí que había conocido la bondad de su padre; sí que había disfrutado viviendo con él, pero tal vez le hizo falta vivir la experiencia del pecado para abandonarse en los brazos de su padre.

No me resulta difícil comprender a este Jesús, al que le gusta comer con los pobres, los pecadores, los que buscan ganarse la vida…. Yo también me siento mejor con los pobres que con los ricos y cuando intento saber por qué, me doy cuenta que los pobres siempre han sido mis compañeros de camino, desde mi infancia hasta el día de hoy y, con ellos, soy una mujer feliz.

Un año, mientras hacía ejercicios espirituales junto al Lago Kivu (África Central donde he vivido 34 años), el tema de mi relación y convivencia con los pobres se hizo presente. Pasé tiempo reflexionando, rezando y tomando conciencia de lo que vivía en el día a día y, de repente, me vi comiendo las migajas que caían de la mesa de los pobres, ellos me alimentaban, me hacían vivir.  Esa experiencia ha quedado grabada en mí y, desde ese día, mi mayor deseo es sentarme un día en la mesa de los pobres.

Hoy, al reflexionar y rezar con esta parábola descubro que, los que se sientan en la mesa de los pobres, son aquellas y aquellos que van conociendo a Dios y que viven de su vida.  Pues todo lo que somos depende del don gratuito de Dios si le dejamos actuar en nosotros. Los dos hijos de la parábola son amados por Dios, pero necesitan encontrarse con Él y dejar que su fuerza transformadora los inunde.

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