Domingo XX del T.O.
Por: Paky Lillo. Vita et Pax. Alicante
Textos Litúrgicos:
Jer 38, 4-6.8-10
Sal 39
Heb 12, 1-4
Lc 12, 49-53
Existe un sueño común desde el comienzo del mundo: que la tierra sea una casa común en la que poder vivir en paz.
Ese anhelo por la casa común, conecta con los sueños de tantas personas que emigran de sus lugares ya sea por miedo, por hambre, por conflictos bélicos… y que hoy deambulan por los caminos de la tierra y que sin ser conscientes de ellos están construyendo “caminos humanos” que globalizan propiedades, y como nos dice el Papa Francisco: “No llegan con las manos vacías: traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen”
El texto de Jeremías nos expone la necesidad de confiar en Dios y no en el poder. Así le ocurre a Jeremías que atiende en prime lugar al Espíritu de Dios y no confía en la decisión de los poderosos que ponen su esperanza en los poderes de este mundo y no en la fuerza liberadora del Señor.
El tener siempre presente el ejemplo de Jesús y sus conflictos con los responsables del orden injusto, debe servir a los creyentes para mantener firme el ánimo y no decaer en la lucha por un mundo ordenado de acuerdo al designio de Dios. y hacer frente al caos, al desorden de nuestra sociedad.
Y llegamos al evangelio donde Lucas nos expone que el deseo de Jesús, por tanto, es que la fuerza del Espíritu derrote a la injusticia, que el amor venza al odio, que la opresión sea sustituida por relaciones fraternales entre los hombres. Y ese fuego, dice Jesús, ya ha prendido en quienes le han dado su adhesión.
Jesús no quiere paz, si esta se entiende como renuncia a la realización de su programa para evitar conflictos.
No es verdadera paz la que esconde la injusticia.
Por eso, como la adhesión al proyecto de Jesús y el compromiso de trabajar por la implantación del reinado de Dios, o la opción por el mantenimiento del orden de injusticia presente tendrá que ser, tanto en uno como en otro caso, una decisión personal.
Los que apuesten por el proyecto de Jesús se verán enfrentados a los que se resistan a que el mundo cambie, a que la injusticia desaparezca, a que la fraternidad universal triunfe. Y ese enfrentamiento podrá llegar a romper incluso las relaciones fundadas en los vínculos de sangre.
Perdamos el miedo a Vivir, a seguir el mensaje del Reino, a Vivir identificándonos con la vida de Jesús.