23º Domingo T.O. Ciclo B
Por: Chus Laveda. Vita et Pax. Guatemala
El evangelio de hoy nos habla de una curación que Jesús hace en tierras de la región de Decápolis, zona pagana, y en camino hacia el mar de Galilea, zona donde realiza su anuncio del Reino. Pero, para Jesús, el espacio es lo de menos, porque su corazón solo entiende de sanación y buenas noticias para todos.
Lo suyo es promover la vida, sanar, regalar esperanza y restaurar la dignidad de las personas, aquellas que por su fragilidad, enfermedad o pequeñez, están marginadas, invisibilizadas en la sociedad y rechazadas por su comunidad.
Y escucha el grito agradecido de quienes acompañan al que se sabe sanado, salvado por su encuentro con él. “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
En verdad este gesto sanador de Jesús permite al hombre mudo y sordo volver a ser él mismo. Puede, de nuevo, expresar su palabra, compartir su verdad, hablar de sus sueños y esperanzas, decir y decirse. También escuchar los sueños, las inquietudes y la verdad de los otros y las otras. Incluso, puede, si lo quiere, ser agradecido con quienes le han acercado a Jesús y su sanación.
Dos reflexiones:
- Hoy tantos seres humanos que, teniendo el “poder de sanar” y devolver la voz y la palabra a quienes están marginados, invisibilizados, descartados de la sociedad y de sus bienes y recursos, vengan de donde vengan, solo piensan en sus propios intereses, y utilizan su fuerza y posición para su propio beneficio, olvidando que su misión es servir al pueblo y a quienes más lo necesitan. Sus ojos y sus oídos están cerrados al clamor de su pueblo. Siguen ciegos de egoísmo y soberbia. Piensan que ellos no necesitan de esa sanación que ofrece Jesús y que nos permite, a todas y todos los que lo buscamos, mirar y sentir la vida de otra manera, más incluyente, más sororal, más cercana a la propuesta del proyecto de reino que Jesús oferta y que nos viene de Dios Padre misericordioso, que solo busca la felicidad de sus hijos. Pero no lo “vemos”…
Ellos, – y nosotras/os, ciegos y sordos tantas veces-, no escucharán el canto agradecido “Todo lo hace bien…”
- En nuestro mundo y nuestra sociedad, donde constatamos tantas bocas silenciadas y tantos ojos que se cierran a la realidad dura que hermanas y hermanos nuestros viven, estamos llamadas/os a ser como esas personas de las que nos habla el evangelio de hoy que se adelantan a llevar a Jesús al hombre enfermo, para que él, con su fuerza sanadora, le devuelva a la vida digna e integradora. Tal vez necesitamos, antes, escuchar de Jesús la palabra clave “¡Effetá! ¡Ábrete!”
Que sea él quien nos abra los ojos a los signos de los tiempos que nos hablan de mujeres marginadas y maltratadas, personas que van de un lugar a otros buscando acogida y son echados fuera, niños que crecen en la soledad y la ignorancia…
Y nuestros ojos siguen cerrados y nuestros oídos no quieren escuchar su llanto y desesperanza.
¿Quién los llevará a Jesús para que les restaure la vida?
¿Quién recreará hoy en nuestra historia, la historia de sanación y vida que realizó Jesús? ¿Quién devolverá la voz a los sin voz, la luz a los que viven en la soledad de su silencio?
No se trata de “hacer milagros”, sino de recrear en nuestra propia vida lo que Jesús hizo. Desde nuestra fragilidad y sencillez, desde las cosas pequeñas que podamos realizar cada día en nuestro trabajo y entorno, desde lo que somos y tenemos, desde lo que creemos y fortalecidas/os en nuestra certeza de que otro mundo es posible.
Yo creo que esa es la invitación que hoy se nos hace desde la palabra evangélica.
Y tal vez, si nos lanzamos a la tarea, podamos escuchar resonando en el silencio del corazón esa palabra agradecida y solidaria ¡Qué bien lo hace todo!… o, al menos lo intenta.