Qué podemos ofrecerle

Qué podemos ofrecerle

 EPIFANIA DEL SEÑOR

Por: Teresa Miñana. Vita et Pax. Valencia

La fiesta de la Epifanía tiene su origen en la Iglesia de Oriente. En los inicios, los paganos celebraban el solsticio  de invierno a los trece días de haberse dado este cambio de posición solar y se reunían para festejar la nueva luz y gritaban jubilosamente “la virgen ha dado a luz, la luz crece”.

Basílides de Alejandría y los gnósticos celebraban la Encarnación del Verbo en la humanidad de Jesús cuando fue bautizado. Epifanio de Salamina, Padre de la Iglesia ortodoxosa, trata de darle un sentido cristiano al decir que Cristo es la verdadera luz y los cristianos celebran su nacimiento, reconociendo a Jesús como Luz del Mundo.

En el siglo IV la Iglesia comenzó a celebrar en este día la Epifanía del Señor. Al igual que la fiesta de Navidad en occidente, la Epifanía nace contemporáneamente en Oriente como respuesta de la Iglesia a la celebración solar pagana que tratan de sustituir. Así se explica que la Epifanía se llama en oriente: la santa luz y en occidente manifestación.

Mateo nos ofrece un texto eminentemente teológico, que no pretende “probar” nada de lo que en él se dice: ni que existieran esos magos, ni que hubiera aparecido una estrella, ni que Jesús hubiera nacido en Belén en lugar de Nazaret, ni que hubiera habido un pesebre con el buey y la mula… Todo eso es material simbólico, al servicio de la finalidad teológica del relato evangélico.

¿Cuál es esa finalidad? Presentar a Jesús como el Mesías, hijo de David, cuyo nacimiento marca un hito decisivo en la historia.

Podemos quedarnos con la sabiduría que tales lecturas nos proporcionan sin necesidad de asumirlas literalmente.

Podemos seguir diciendo, que Dios actúa en la historia, que se sigue manifestando en los acontecimientos. Con ello queremos indicar que la persona en un momento determinado, se da cuenta de la presencia de Dios. La manifestación de Dios es siempre la misma para todos, pero sólo algunos, en circunstancias concretas, llegan a descubrir su teofanía.

La presencia de Dios nunca se puede demostrar, porque no tiene consecuencias que se puedan percibir con los sentidos, pero se experimenta en lo profundo de quienes la tienen.

La gran paradoja está en que Dios es a la vez: el Dios que se revela siempre y el Dios que siempre está escondido. La experiencia de los místicos les llevó a concluir que Dios es siempre el ausente. Juan de la Cruz lo dejó muy claro: “Adónde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eres ido.”

Según Fray Marcos tenemos algunas conclusiones teológicas del relato de los Magos. No hace referencia a personas concretas, sino a personajes. Para descubrir la presencia de Dios, lo único definitivo es la actitud de búsqueda. Al descubrir algo sorprendente, se pusieron en camino. No sabían hacia dónde, pero arriesgaron.

El relato nos dice que solo los que esperan y buscan algo nuevo, están en condiciones de aceptar la novedad.

Los dones que le ofrecen los magos son símbolo de lo que significa aquel niño para los primeros cristianos después de haber interpretado su vida y su mensaje. El oro el incienso y la mirra son símbolos místicos de lo que el niño va a ser: el oro era el símbolo de la realeza; el incienso se utilizaba en todos los cultos que solo se tributa a Dios; la mirra se utilizaba para desparasitar el cuerpo y para embalsamar, como hombre.

Y nosotras, en este día qué podemos ofrecer al Señor.

Sobre todo el deseo de descubrirle mirando al suelo porque entre los hombre está el Señor, descubrirle y contemplarle en los hambrientos, sedientos, los abandonados en las aguas del Mediterráneo, en las mujeres y los niños violados.

Pero también al construir fraternidad amando y sirviendo a los que tenemos más cerca.

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