4º Domingo de Pascua, Ciclo A
Por: Chus Laveda. Vita et Pax. Guatemala
El evangelio de Juan nos presenta a Jesús, como el pastor bueno, preocupado por los suyos hasta las últimas consecuencias. Toda su vida la pasó haciendo el bien y proponiendo a sus amigas/os y seguidoras/as que hicieran lo mismo, porque es la forma que él descubre de dar vida y vida en abundancia. A pesar de los riesgos, las dificultades, incluso la posibilidad de perder la vida en el empeño. No hay otro camino. Lo tiene tan claro que él mismo se define como “la puerta” por donde hay que entrar para proteger la vida de los que se aman, incluso de los que cuesta amar y perdonar, de todas las personas que necesitan de su cuidado y su energía para descubrir la verdadera vida.
Pero Jesús es señalado como buen pastor por la propia comunidad de seguidores. Han descubierto en él todas aquellas actitudes y cualidades que saben necesarias para la tarea de generar vida abundante y verdadera. Toda su vida le han visto hacer eso, salir en busca de la oveja perdida, perdonar a la descarriada y vuelta a la casa, llevar a buenos pastos, siempre delante de ellas. Y le siguen, le reconocen, escuchan su voz, confían en él.
El Papa Francisco nos sugería, al hablar de los pastores y a los pastores, algunas de las cualidades que hoy se necesitan, dadas las características y circunstancias de nuestra Iglesia y nuestra realidad actual. Pastores con “olor a oveja”, decía… y esta afirmación quedó resonando en muchos corazones. Porque hoy no siempre los pastores responden al estilo propio del seguidor de Jesús.
¿Será que también hoy deberíamos elegir a nuestros pastores, al constatar su coherencia de vida, su respuesta a las necesidades de nuestra sociedad y nuestro mundo tan dañado, tan violento, tan necesitado de buenas noticias generadoras de Vida y de Paz, su fidelidad y misericordia con todas las personas, sean cuales sean sus situaciones y vivencias?
Constatamos hoy que en tantas ocasiones el rol asumido por los que deberían servir, se convierte en espacio para ejercer poder y discriminación; que en lugar de iluminar sendas, parecen guías ciegos que guían a otros ciegos; para formular leyes que no siempre promueven la vida y colocar sobre las espaldas de las personas cargas pesadas que desilusionan, encierran en guetos, invisivilizan y no permiten respirar al aire del Espíritu que sana, alegra, solidariza, acoge, envía a esa mismas periferias para cantar las Buenas Noticias de Jesús que quiere que todas las personas sean felices, que eso es también sentirse salvadas por ÉL.
Hoy celebramos la fiesta de Jesús, Pastor Bueno, pero también es nuestra fiesta porque todas/os, de alguna manera, pastoreamos a los demás. Si damos testimonio en nuestras vidas como seguidoras/es de Jesús; si en nuestras tareas evangelizadoras acogemos la necesidad de quienes sufren, son marginados, están enfermos, los reconocemos sororalmente como iguales; si en nuestro trabajo procuramos dar lo mejor de cada una/o para que otros puedan vivir mejor; si entre nosotras/os nadie pasa necesidad… aunque no tengamos el título, seremos pastoras/es buenas/os, como Jesús.
Necesitamos servidores del Evangelio que comuniquen palabras de Vida; que nos ayuden a reconocer que vale la pena seguir a Jesús, que su invitación es a servir y compartir con los demás lo que somos y tenemos; que juntas/os podemos hacer un mundo diferente, más a su estilo donde sea una realidad la justicia, el amor, la verdad y la felicidad, porque de su mano y su cayado recibimos vida y vida en abundancia.
Y esta propuesta es para todos: para los que hoy ejercen el ministerio “oficial” y los que caminamos a su lado, porque unos y otros somos seguidores del único Pastor Bueno, Jesús de Nazaret que pasó la vida haciendo el bien.