21º Domingo T.O. Ciclo A
Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Madrid
La pregunta no es fácil de responder y menos aún de transmitir. La fe cristiana es un fenómeno histórico bimilenario, transmitido de generación en generación. A lo largo de la historia, ha estado representada por una amplia y variada comunidad de discípulas y discípulos, que la han expresado en culturas y ambientes muy diferentes. Pero, cómo hacerlo hoy, cómo poner en contacto vivo las nuevas generaciones con esta Buena Nueva, de manera que los jóvenes puedan experimentar que el encuentro con el Amor divino llena su vida de sentido, los hace generosos, despierta su misericordia hacia los demás y los mantiene esperanzados en medio de la lucha.
Para que esto suceda con esperanza de éxito, quienes ya llevamos algunos años más transitando este camino, tenemos que hablar y actuar en coherencia con lo que nuestra propia experiencia religiosa más profunda nos sugiere. La lámpara de la Palabra de Dios arde en primer lugar con el aceite de nuestras propias vidas.
Conscientes del desafío de nuestro tiempo, necesitamos testimoniar creativamente nuestra fe, de palabra y obra, para que la chispa prenda entre los jóvenes. Y un creyente pensante, Karl Rahner, apunta cuál debería ser el camino que hemos de seguir: “El cristiano del futuro o será un “místico” –es decir, una persona que ha “experimentado” algo- o no será cristiano”. Quien –varón o mujer- se considere cristiano será alguien que ha experimentado de alguna manera la belleza y el amor del Dios vivo, alguien que se ha sentido atraído por Él de manera que su fe se haya convertido en conocimiento personal, o de lo contrario su fe será una quimera.
¿Quién decís que soy yo? En Jesús, Dios se convirtió en un auténtico miembro de la estirpe humana y una Buena Noticia para ella. Jesús personifica la manera en que Dios trata al mundo: cura a los enfermos, expulsa a los demonios, perdona a los pecadores, se preocupa de las personas a quienes la vida les impone una carga pesada, no excluye a nadie… estas acciones misericordiosas hacen tambalear las normas de quién es el primero y quién el último a los ojos de Dios.
Cada época transmite la fe de acuerdo con sus propias luces; lo que está claro es que no podemos hacerlo sólo con los labios, también con la vida. Por eso nos preguntamos:
Cómo podemos los cristianos económicamente bien situados seguir pautas de consumo que contribuyen a la destrucción del medio ambiente y a la miseria de millones de seres humanos que tratan de sobrevivir. Jesús nos recuerda la necesidad de actuar a favor de la justicia, a fin de cambiar las estructuras opresivas que aplastan, especialmente, a los más débiles.
Cómo podemos los cristianos continuar apoyando actitudes, acciones y omisiones que van en contra del bienestar de algunos pueblos, étnicas o razas que luchan por disfrutar de todos los derechos humanos. Jesús nos recuerda que todos los miembros del pueblo de Dios, independientemente de cuál sea el color de su piel, la nación de donde procedan o su situación legal, tienen derecho a los bienes comunes.
Cómo podemos quienes formamos parte de la Iglesia continuar relegando a las mujeres a puestos de segunda categoría por estar gobernada por estructuras, leyes y ritos patriarcales. Jesús se negó a aceptar cualquier relación basada en el domino. Esto supone un desafío para que la Iglesia se convierta en una comunidad más inclusiva, con un ejercicio de la autoridad más circular y participativo, donde las “llaves” estuvieran más repartidas.