Reconocer al Resucitado

Reconocer al Resucitado

3º Domingo de Pascua. Ciclo A

Por: Dionilo Sánchez Lucas. Seglar. Ciudad Real.

“Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo”. Lc. 24,15. Es Él quien se acerca a cada uno de nosotros, viene a ponerse a nuestro lado cuando nos sentimos en soledad, cuando estamos necesitados, cuando nos vienen las dificultades, cuando el camino está pendiente hacia arriba, cuando estamos cansados y agobiados, cuando la esperanza se desvanece, cuando la impotencia nos abruma, cuando la vida se apaga por el desánimo o la enfermedad.

Pero tenemos que abrir nuestros ojos y sobre todo nuestro corazón porque Él se hace más próximo cuanto mayor es el sufrimiento, cuanto mayor la desesperanza, cuanto mayor la necesidad. Él prefiere y ama la vida.

Pero hay una presencia más visible de Jesús junto a nosotros que nos cuesta más ver y reconocer. Debemos reconocerlo en la persona que está en cada momento con nosotros, en nuestro padre y madre que nos han dado la vida, nos han cuidado y se han desvivido por nosotros; en nuestra esposa o esposo que nos acompaña en nuestro caminar diario compartiendo la vida, las alegrías y las tristezas, la salud y la enfermedad; en nuestros hijos e hijas que son el futuro, la esperanza y la continuidad de la vida; en nuestros compañeros de trabajo que afrontan el mismo con responsabilidad, construyendo, creando o sirviendo para el bien de todos; en nuestras comunidades o grupos de amigos donde encontramos la fuerza, el aliento y la cercanía para seguir caminando.

Pero sobre todo tenemos que reconocerlo en las personas que están en nuestras calles, que pasan frente a nosotros, que quizás están lejos, pero sabemos y sentimos su presencia a través de la información que recibimos por un medio de comunicación,  leyendo un informe, asistiendo a una conferencia, escuchando un testimonio. Son las personas que están sufriendo en su vida como sufrió Cristo en la cruz, que no encuentran el trabajo que los realice y remunere para desarrollar su vida; que por la codicia de algunos o su  debilidad son atrapados por una adicción y pierden su libertad; que son víctimas de la violencia en la familia o en la calle, sintiéndose humillados, dolidos y hasta encuentran la muerte; que pasan hambre, les imponen la guerra o les faltan medios para poder vivir con dignidad. Son vidas entregadas y condenadas por otros que utilizan su fuerza o poder para interés propio, o simplemente porque no hay quien interfiera por ellos, los acompañe en su situación de víctimas, sean abandonados y lleguen también a morir, al igual que Cristo solo les queda lanzar el grito “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Lc. 23, 46.

Como perdura en la historia de la humanidad y a veces hasta florece, parece que fuera necesario el padecimiento y tuviéramos que resignarnos, pero ya se encarnó quien nos trajo la salvación, es Jesús , resucitado para quedarse con nosotros, para que no estemos solos, ser nuestro guía, acompañarnos en el camino, alegrarse con nosotros, transmitirnos su palabra, abrir y sentir nuestro corazón, llenarnos de ilusión y esperanza, iluminar nuestra vida, compartiendo el pan y el vino ( su vida), para acercarnos al Padre compasivo y misericordioso.

De esto fueron testigos los seguidores de Jesucristo, “A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros”. Hechos 2.32, cuando Pedro pronunció estas palabras, “aquel día se les agregaron unas tres mil personas”. Hechos 2.41. Nosotros somos los seguidores de este testimonio para que Jesús siga vivo en cada persona para dar gloria de Dios.

 

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