Por: Josefina Oller. Vita et Pax. Guatemala
4º Domingo de Pascua, Ciclo B
Transcurre el tiempo pascual: estamos ya a mitad del camino hacia su plenitud.
En este domingo dejamos las sorprendentes apariciones en las que el Resucitado fue fortaleciendo la fe de los discípulos dándoles innumerables pruebas de que estaba vivo. Se encontraba en medio de ellos, compartiendo su vida cotidiana, aclarando sus dudas. Instituyendo los signos de su presencia sacramental.
En la serenidad de este cuarto domingo pasamos a contemplar la figura del Buen Pastor iluminada por la luz de la resurrección. En el Evangelio de Juan esta figura está situada entre dos signos importantes en los que Jesús afirma algunos de los rasgos de su identidad: YO SOY LA LUZ, YO SOY LA RESURRECCION Y LA VIDA. Y lo hace en medio de fuertes discusiones con sus adversarios. De pronto dice: YO SOY EL BUEN PASTOR, imagen amable, serena, pacífica, plenamente conocida por el pueblo de Israel y que contrasta con la tensión de los diálogos.
Icono con el que Dios le ha gustado identificarse a lo largo de la historia de ese pueblo (Ez. 34). Dios es un acompañante solícito de su pueblo: le duele el mal comportamiento de los pastores a quienes Él ha confiado el cuidado del rebaño, los pastores que se apacientan a sí mismos, los que ven venir el lobo y huyen, los que no cuidan con cariño de cada una de las ovejas en su situación concreta. Por eso decide ser Él mismo, directamente, el que se preocupe de cada una de las personas, el que establezca una relación de cercanía, observando la necesidad de cada una y acudiendo en su auxilio: cura a la herida, robustece a la débil, deja a las noventa y nueve seguras en el redil y va en busca de la descarriada… Más delicadeza es imposible imaginar en un Dios.
Por lo mismo, también Jesús, que se sentía enviado a transmitir fielmente la verdadera imagen de su Padre a sus discípulos y a todos cuantos le escuchaban, fueran admiradores o detractores, toma este icono tan asequible para toda la gente: el Buen Pastor. Al inicio de la comparación nos ha dicho que Él es la puerta por donde el rebaño entra y sale. Ahora nos dice que es el pastor y un Pastor Bueno, el que no deja que le roben las ovejas porque son suyas, no es el asalariado que ve venir el lobo y huye.
Jesús está atento y vigilante, va delante del rebaño y está dispuesto a dar la vida por él, -sabe que la va a dar- “se consagra” por él. Sabe que ésta es la voluntad del Padre y que ese es el motivo por el cual le ama: “El Padre me ama porque doy mi vida” para que se cumpla su gran proyecto de salvación. Primera actitud de la que tenemos que examinarnos todos y todas. ¿Sentimos tan fuerte el latir del corazón del Señor en nuestro corazón que su Proyecto sea nuestro único objetivo y nos impulse a dar la vida sin complacencias ni acomodamientos? No son sólo los “pastores” ministeriales los llamados a esta entrega total, somos todos y todas responsables de quienes acompañamos en el camino de la fe.
El otro rasgo fundamental y excelente: es el del conocimiento: Ahí llegamos al ideal más sublime que se pueda soñar: “conozco a mis ovejas –nos dice Jesús- como el Padre me conoce y ellas me conocen a mí”. Hablar del conocimiento en la Biblia supone hablar de un gran arco de experiencias que van de la mente al corazón y que involucran a toda la persona en su integridad. La afirmación de Jesús es de una gran profundidad y bien cierta su primera parte: “conozco a mis ovejas”. A muchísima distancia queda la segunda parte: “y ellas me conocen a Mí”. Si la primera supone descanso en Dios, en sus brazos amorosos –nada más agradable y pacificador que saberse conocido desde las entrañas sin tener que fingir absolutamente nada -Sal. 139-, lo segundo es tarea diaria: cultivar el contacto personal con nuestro Amigo Jesucristo, la amistad, la interrelación cercana, contemplar su manera de actuar, conocer sus criterios, vibrar con sus sentimientos: todo ello es el camino y el proceso de nuestra identificación con Él, realizada en y desde la oración, y en y desde la vida.
Domingo sugerente este del Buen Pastor que nos invita también a la misión. El buen Pastor no descansa ni descansará hasta que todas las ovejas formen un solo rebaño guiados por un solo Pastor. ¿Descansaremos nosotras en nuestra misión evangelizadora? No nos lo podemos permitir. Contamos además con que Él nos conduce, que nos sosiegan su vara y su cayado, que entre tantas dificultades con las que estamos enfrentados/as, prepara una mesa rebosante del sabroso alimento eucarístico y que nunca nos faltarán ni su bondad ni su misericordia. ¡RESUCITÓ EL BUEN PASTOR!