Domingo de Ramos, Ciclo B
Por: Dionilo Sánchez Lucas. Seglar. Ciudad Real.
Son numerosas las personas abatidas, caídas, desesperanzadas en el caminar de su vida.
Padres y madres que no tienen trabajo para poder tener unos ingresos con los que cuidar a sus hijos, estos viven en situación de pobreza, en un entorno familiar difícil, que obstaculiza su educación, formación y desarrollo.
Personas, por lo general jóvenes, que se han visto obligadas a salir de su tierra por la guerra o violencia, a veces perseguidas, o porque han decidido dejar atrás unas condiciones infrahumanas y abrirse camino para vivir con dignidad.
La llegada de una enfermedad grave, una enfermedad mental, una adicción, falta de ganas de vivir, que hace sufrir a la persona enferma, pero afecta a toda la familia que no encuentra explicación, que no está preparada para afrontarla, sobrepasada, sin aliento para continuar.
Ahí está Cristo encarnado en cada persona sufriente, aguantando los golpes duros a los que está siendo sometida, soportando los maltratos y vejaciones, padeciendo el hambre cuando no hay alimentos, conviviendo con la enfermedad que va minando el cuerpo, al lado del padre y madre que temen perder a su hijo, junto a la persona que vive en soledad, abandonado en la calle o postrado en algún sitio esperando la muerte.
Ahí debemos estar también nosotros, los seguidores de Cristo, combatiendo también nuestras dificultades, pero aliviados porque lo sentimos cercano; mirando al necesitado que pueda estar a nuestro lado, clavar nuestro ojos en él por si nos quiere decir algo; escuchar para oír todas las voces, las de cerca y las de lejos, la de quienes alzan la voz y las de quienes no tiene fuerza para hacerse oír; tenemos que saber decir al abatido una palabra de aliento, animar al que no tiene fuerzas para continuar la vida, transmitir esperanza porque la situación puede cambiar; comunicar que el Señor no se aparta de nuestro lado cuando confiamos en Él.
La Palabra nos muestra a Jesús dispuesto a entregarse al máximo, tomando la condición de esclavo, dejándose golpear, escupir, permitiendo que hagan con Él lo que quieran, dispuesto a entregar su vida y morir desnudo en la Cruz.
Difícilmente tengamos nosotros la fuerza para llegar a ese extremo, pero sí que podríamos hacer un intento por ser humildes, por no presentarnos con poder en la sociedad, en nuestro trabajo, en la vida familiar; por no considerarnos sabedores de no se cuantas cosas, cuando realmente sabemos muy poco. Al igual que Jesús subámonos a un borriquillo porque reyes somos todos y Dios nos lleva en volandas; está bien que sigamos comprometidos en la sociedad, responsables en nuestro trabajo y familia, acompañando a quien nos necesita, aprendiendo nuevos saberes para darlos a conocer a otros, pero no nos subamos a esplendorosos caballos para ser vistos, oídos y aclamados.
Parezcámonos más a Simón de Cirene, obligados a llevar la Cruz, pero cumpliendo con nuestra misión, y aunque a veces nos falten las fuerzas, digamos: “El señor me ayuda, sabiendo que no quedaré defraudado. Isaías 50,7”.