6º Domingo T.O. Ciclo B
Por: Blanca Lara Narvona. Mujeres y Teología de Ciudad Real
Lev 13,46: “Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento”.
1Cor 10,31-33: “Hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios. (…) no buscando mi conveniencia sino la de los demás”.
Mc 1,40-45: “Se acercó un leproso a Jesús, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme (…) lo tocó diciendo: Quiero (…)”.
Las lecturas de hoy hablan de humildad, de confianza y aceptación y de cultivar, como cristianos, la espiritualidad del compromiso con los excluidos de nuestro mundo.
Hay una profunda humildad en la persona leprosa, en su petición a Jesús. Y hay una llamada a la humildad y a la “fraternidad mística” en la exhortación de Pablo cuando nos habla de cómo debe ser nuestro “hacer”: no para nuestra gloria personal, sino para gloria de Dios, sin olvidar que somos su providencia, y no buscando nuestro beneficio sino el beneficio de los otros. Este modo de “hacer” es un desafío para los cristianos, una llamada a no dejarnos caer en lo que el papa Francisco llama mundanidad espiritual: “estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios”.
Conmueve el modo en el que esa persona herida se acerca y pide a Jesús su curación. Era un leproso y por serlo, era considerado impuro por las leyes de pureza y condenado a vivir aislado, excluido, negándosele la pertenencia a la comunidad. Y ese hombre “apestado”, venciendo sus miedos, con una confianza plena, se arrodilla ante Jesús y le pide: “si quieres, puedes limpiarme”. No duda del poder que tiene Jesús para sanarlo y acepta humildemente su voluntad para hacerlo. ¡Qué hermosa forma de dirigirnos al Padre, de pedirle que alivie nuestras cargas y sane nuestras heridas!
Y Jesús se paró, pues su enfermedad no le impidió ver su dignidad de hijo de su Padre; se conmovió, no le fue indiferente su sufrimiento; lo tocó, tocó su herida y la hizo suya; lo sanó y lo mandó a los sacerdotes para que verificaran su limpieza y pudiera dejar de ser un excluido. Es la manera de “hacer” de Jesús y esa debe ser nuestra manera como cristianos.
¿Y quiénes son los leprosos, los excluidos en este mundo roto en el que vivimos? También nuestras sociedades hoy, construyen y-o mantienen leyes escritas y no escritas, que son barreras de exclusión para los leprosos de nuestro tiempo. Personas que son diferentes, que están perdidas, las más débiles y empobrecidas que se han quedado en los márgenes de estas sociedades del descarte.
Si el amor por todas estas personas es el signo distintivo de los verdaderos seguidores de Jesús. Si sabemos que el Dios de la vida tiene su morada en medio de estas vidas rotas, nuestra opción, como cristianos, no puede ser otra que salir de los templos, para encontrarnos y reconocer a Dios entre los desamparados y excluidos de este mundo, y para poner todos nuestros talentos y energías en paliar su sufrimiento, convencidos de que solo el evangelio llevado a la vida, puede crear una comunidad humana más justa y en paz.