Festividad del Corpus Christi
Por: José Antonio Ruiz Cañamares sj. Zaragoza
Junto con el Jueves Santo, hoy la Iglesia pone de relieve la importancia de la última Cena de Jesús para cada uno de los que lo confesamos como el Señor y Salvador de nuestra vida.
La Eucaristía contiene un doble dinamismo cada vez que es celebrada. Por una parte es el camino de Dios a los hombres; y, por otra, es el camino de los creyentes a la vida que nos toca vivir situándonos evangélicamente. Bien lo expresó San Irineo diciendo: Tomad aquello que sois: Cuerpo de Cristo; sed aquello que tomáis: Cuerpo de Cristo.
Eucaristía como camino de Dios a los hombres y mujeres que la celebran. Es el primer camino. Es experiencia gozosa de Dios que se nos da de forma gratuita, y sin pedir nada a cambio. A través de la Palabra proclamada, escuchada y acogida. Y del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús que es alimento que nos nutre. En cada Eucaristía, con el gesto profético del lavatorio de los pies, podemos disponernos a tener la experiencia de Dios a nuestro servicio, curando, aliviando, sosteniendo, animando. Cuando celebraba la Eucaristía en la cárcel los presos me enseñaron que no se debe comulgar si no se tiene la necesidad de ser salvados por Jesucristo. Nos ponemos a la cola de los imperfectos, pecadores, etc. Y recibimos al mismo Dios, sabiendo que no somos dignos. Pero quiere entrar hasta el fondo de nuestra mediocridad y vulnerabilidad para salvarla. Siguiendo a San Irineo, somos lo que tomamos: Cuerpo de Cristo. Es decir, en cada Eucaristía el movimiento de Dios a nosotros nos cristifica. Porque cada Eucaristía es el abrazo de Dios a cada uno de nosotros y nosotras. Y los abrazos nos cambian por dentro.
Sin el anterior camino no se puede dar el segundo. Este segundo camino es el dinamismo a ser lo que tomamos: Cuerpo de Cristo. Es decir, es el dinamismo que brota de la experiencia agradecida de que Dios sea como se nos ha revelado en Jesucristo, con especial densidad en la entrega de la Cena. Esta experiencia nos lanza a situarnos evangélicamente en la vida, desde la entrega y desde el servicio. Con mirada limpia y no posesiva. Con vida que quiere partirse y repartirse. Sin ideologías ni voluntarismos que nos cansan a medio plazo. Sino desde la gracia recibida. Porque toda entrega tiene que ser discernida, y jamás debemos adelantarnos a lo que el Espíritu va haciendo en nosotros.
Vivida así cada Eucaristía, el precepto dominical se nos queda corto e insuficiente. Ojalá y que nosotros también podamos afirmar: sin la Eucaristía no sabemos vivir. Feliz día del Corpus.