15º Domingo T.O. Ciclo A
Por: Blanca Lara. Mujeres y Teología. Ciudad Real
“La creación misma espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios (…) la creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre, de la corrupción”. Rom 8, 19,21
“Así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo” Is 55, 11
“Un sembrador salió a sembrar (…) Los que oyen el mensaje y lo entienden dan una buena cosecha” Mt 13, 1, 23
De espera y esperanza, de propósito y proyecto hablan las lecturas de hoy. La creación espera que seamos los hijos de Dios que aún no somos, porque, aunque Dios nos regala la dignidad de ser hijos suyos, nosotros nos negamos a asumir ese derecho por las responsabilidades que esa dignidad conlleva. El sembrador espera en la fecundidad de su siembra y Dios espera que su palabra (semilla) se encarne en nosotros y su sueño del Reino se cumpla.
Así, el sembrador afanado, “en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” como dice el Papa Francisco, invierte tiempo y esfuerzo en preparar la tierra y esparcir la semilla mientras sueña con la cosecha que podrá recoger. Su trabajo se vuelve esperanzado, con sentido. su esfuerzo tiene un propósito y lo vive con la alegría y la incertidumbre de lo porvenir, porque sabe que la esperanza, aunque no es certeza, sí es un hálito que da sentido a lo que hace, que alienta sus ganas y aligera su esfuerzo.
Pero la semilla, la palabra, con una potencialidad impredecible, no siempre fructifica. Porque a veces, nuestro corazón se resiste a ser tocado por el espíritu y negamos a Dios en nuestra vida. Otras, acogemos la palabra sin dejarnos permear por ella y nos conformamos con ser espectadores pasivos, agarrados a lo superficial del mensaje, autoengañados, cumpliendo leyes y realizando ritos sin comprometernos en la realización de la justicia del Reino. Otras veces, la palabra nos toca realmente pero el miedo llena de dudas nuestro corazón y lo hace vacilar ¿y si me pide demasiado? ¿y si complica mi vida? ¿y si no estoy preparado? ¿y si…?
Y, finalmente, cómo no reconocerme en el corazón distraído por las cosas del mundo, por los ruidos del mundo. ¿Qué difícil encontrar un rato de silencio para dejar que nos llegue su voz, para que su espíritu nos habite y “señoree” nuestra vida? ¿Qué difícil encarnar su palabra y ser testigo, servidor fiel y amoroso que se entrega a la labor de aliviar los dolores del mundo?
La esperanza es acción, se realiza. Espero, esperemos que la palabra “sea en mí”, “sea en nosotras-os” y pueda, podamos dar buena cosecha y decir como Santa Teresa “Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?”.