2º Domingo de Pascua. Ciclo C
Por: M. Carmen Martín Gavillero. Vita et Pax. Madrid
Acabamos de concluir la Semana Santa y ahora es el tiempo de hacernos conscientes de la sorprendente verdad de un Dios que tiene una palabra de vida más allá de la muerte. Jesús fue resucitado de entre los muertos. Es una respuesta sorprendente de Dios; el reconocimiento de que la palabra definitiva no es de muerte, sino de vida; no es de fracaso, sino de victoria; no es de esclavitud sino de liberación. Esta respuesta de Dios cambia totalmente la perspectiva de la vida e invita a plantarle cara al miedo, a las tormentas y al mal, sin temor a fracasar en el intento; o, más bien sabiendo que ni siquiera el fracaso, que llegará, será definitivo.
En el relato de hoy vemos a los discípulos encerrados, muertos de miedo, esperando la oportunidad para huir sin riesgo de la ciudad y volverse a sus aldeas, donde retomarían la vida que llevaban antes de conocer a Jesús. Sin embargo, algo ocurre, algo tan poderoso como para cambiarles la mirada y la existencia definitivamente. Pasarán de encerrarse, lejos de la vista de las gentes, a salir al medio de la ciudad; del silencio temeroso a la palabra audaz; de la preocupación por su supervivencia a la confianza en que ni la persecución, ni la prisión, ni siquiera la muerte han de tener la última palabra.
Los discípulos empezaron a darse cuenta de que había algo más. De que Jesús seguía con ellos. Y ese darse cuenta –no exento de incertidumbres como vemos en Tomás- les transformará para siempre. A partir de esas primeras búsquedas comparten preguntas y respuestas entre ellos. Unos son testigos para los otros. Se comunican relatos y experiencias y se transmiten lo que han visto. No siempre reconocen a Jesús, al menos no de entrada. Lo que perciben son más bien, destellos; vislumbran su presencia, lo adivinan en el camino… y luego lo vuelven a perder.
Pareciera que nosotros seguimos siendo como aquellos discípulos, hombres y mujeres llenos de preguntas, que necesitamos reconocer en nuestras rutas los destellos del Resucitado. A menudo nos preguntamos por qué Dios no se manifiesta más claramente. Por qué, si resucitó a Jesús, no lo vemos, no lo encontramos en nuestros caminos con más nitidez. Por qué la consecuencia de la Resurrección no es un mundo más justo donde se perciba con precisión vida digna para todos y todas.
De ahí que este tiempo de Pascua es privilegiado para la búsqueda, buscar al Resucitado. Escudriñar sus huellas en nuestra historia cotidiana y, a veces, rutinaria. Esa búsqueda nadie puede hacerla por nosotros. Podemos confiar, acoger la palabra de otros testigos, fiarnos y hasta empeñar la vida en ese acto de confianza. Pero sigue siendo ineludible la actitud de búsqueda personal.
He aquí una de las claves de la Pascua. Es el tiempo del encuentro, sí, pero sobre todo es el tiempo de la búsqueda. Lo buscaremos en la Escritura, en nuestro interior, en las otras y los otros, la naturaleza, el mundo… y hasta tratando de abrirnos al mismo Dios, donde quiera que esté y como quiera que hable. En dicha búsqueda se nos puede ir la vida entera.