Un pequeño Cielo en miniatura

Festividad del Corpus Christi

Por: D. Cornelio Urtasun

Celebramos la festividad del Santísimo Corpus Christi y nuestros corazones rebosan de contento mientras las caras se nos alegran como en los días de gran fiesta.

Cómo podremos agradecer esta gran misericordia que el Buen Jesús ha tenido con nosotros al “abrirnos los ojos” para ver el tesoro que tenemos en la Eucaristía, en la cual, “le comemos a Él mismo en persona”. Os confieso con sinceridad que desde los días en que comencé a meditar en el misterio de la Santísima Trinidad viviendo en nosotros y en el de nosotros convertidos en una maravillosa miniatura del Cielo que aloja al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, comencé a pensar: yo, templo del Espíritu Santo, ¾me decía para mis adentros¾ pequeño Cielo en el que vive la Trinidad que adoro, debo vivir una vida de verdadero Cielo, ¿lo podré conseguir? ¿el buen Jesús que se dignó hacerme templo de la Trinidad bendita, se habría preocupado de que yo tuviera los elementos necesarios para vivir mi vida de Cielo?

Enseguida vi ante mis ojos la Fiesta del Santísimo Corpus Christi pegada, como quien dice, a la de la Santísima Trinidad. Sí, para que yo, Cielo, pudiera VIVIR mi vida celestial recibí del Señor: “el pan del Cielo”. Si me hubiera hecho pequeño Cielo y no me hubiera dado los elementos indispensables para sostenerlo, ¡qué pronto se hubiera ido la alegría de mi pobrecica casa! Se hubiera derrumbado enseguida. Pero no eran esos los planes del Señor, ni mucho menos. Él me hacía Cielo para que viviera vida de Cielo, para que cobijara en él durante los días todos de mi vida mortal, al tesoro que será mi dicha por toda la eternidad: La Santísima Trinidad.

El Señor me ha hecho pequeño Cielo. Y esta miniatura de mi Cielo no lo ha hecho con cosas de fuera, la ha hecho de piedras vivas y seleccionadas, arrancadas de las canteras de mi yo, pero no de mi “yo” malo y manchado por el pecado, sino de ese “yo” resplandeciente y transformado que se va formando “in Christo Jesu”, enraizado en ese Jesucristo que vive en mí. Soy un pequeño Cielo en miniatura: pero un Cielo vivo, palpitante. Y todo eso que soy, lo soy por obra y gracia de la misericordia de mi buen Jesús, del buen Pastor. Él ha hecho la maravilla de esa miniatura de mi Cielo en el que viven el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y comprende como nadie el problema que se crea para el sostenimiento de ese pequeño Cielo, hecho no de mármoles y bronces, ni de oro ni plata, ni de esmeraldas y diamantes, sino de piedras vivas y escogidas.

¿Qué hará ese buen Jesús para salir del atolladero en que se ha metido con nosotros al hacernos prodigios tan de maravilla? ¿Cómo se apañará para que nunca falte a nuestro Cielo todo lo que él necesita? Pues… sencillamente, hará otro prodigio. Lo hizo al hacernos aquella miniatura incomparable, lo volverá a hacer para mantenernos en el mismo y aún mejor estado del primer día. ¿Nos ha hecho Cielos vivientes? Pues se hará Él pan vivo, para que ¡¡VIVAMOS!! Somos Cielo ¡Que cosa más natural que comamos PAN DEL CIELO! Lo que ya no es tan natural es que ÉL MISMO se dignara hacerse pan del Cielo, para que nuestros pequeños cielos VIVIERAN y se sobraran de VIDA.

Y éste es el misterio que en esta fiesta del Corpus de 1948 me trae anonadado. Y este es el misterio que quisiera seguir metiendo en el corazón de todos para que todos siguiéramos enloqueciendo en amores y agradecimientos al que tales prodigios hizo con nosotros, sin otras miras que buscar nuestro bien, la plenitud de todo nuestro bien.

La Eucaristía, pan del Cielo, pan vivo y alimento de nuestro pequeño Cielo donde vive la Trinidad que adoramos. Sin él, sin el pan vivo, nuestro Cielo se consumiría enseguida, acabaría irremediablemente. Yo pienso, a veces, que la Trinidad que viene a nuestro Cielo se parece a las palmeras que de vez en cuando se ven florecer en esos grandes tiestos de Hotel o de los chalets de verano. La palmera chupa el jugo vital de aquel pedazo de tierra metido en el tiesto con una rapidez vertiginosa. Para que la tierra tenga los elementos de vida necesarios para la vida de la planta, los hombres la abonan especialmente, la riegan y le dedican toda clase de cuidados, gracias a los cuales la palmera crece lozana y hace las delicias de los que se cobijan a su sombra. En mi tiesto -y perdonadme y que me perdone el Señor la comparación de que echo mano, soy hombre y no sé hablar más que con torpeza de humano- plantó el Señor la “palmera” de la Trinidad. Ella chupa de una manera “bárbara”; con las reservas de la tierra de mi “tiesto” no hay ni para comenzar. ¿La dejará secar el Señor a la bella palmera? ¡Oh no! Se hará abono, se hará agua que salta hasta la vida eterna, se hará sol. Se hará luz, y todo eso lo irá volcando en la pobrecica tierra de mi tiesto, para que la “dichosa palmera” viva. Ella crecerá lozana y vigorosa y hará mis delicias, pues viviré a su sombra, y puede ser que el Señor me conceda la gracia de que haga también las delicias de algunos otros a quienes apetezca aprovechar la frescura de sus hojas.

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