Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Ciudad Real
La Ascensión del Señor, Ciclo B
Celebramos este domingo la fiesta de la Ascensión del Señor, también la podríamos llamar la fiesta de la plenitud porque celebramos que la fuerza de Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, lo ascendió al cielo y lo sienta a su derecha. La Ascensión nos revela que la plenitud solamente la alcanzamos al final y que, además, es un don de Dios; pero, a la vez, es un proyecto inmediato de acción, un quehacer, una tarea sin dilación: “¿Qué hacéis mirando el cielo? Volverá…”.
Esta fiesta debería desencadenar en nuestro interior un deseo profundo de degustar ya, aquí y ahora, esa plenitud que disfrutaremos al final. Para ello, es el mismo Jesús quien nos anima a que no nos dejemos atrapar por la mediocridad, que no nos conformemos con cualquier cosa en nuestra vida cristiana, que vayamos siempre a lo máximo, que no nos reservemos nada, que nos juguemos el todo por el todo en lo que esté de nuestra parte porque en lo que se refiere a la parte de Dios está asegurada.
Leí una vez que un rabino decía: “El exilio verdadero de Israel en Egipto fue que los hebreos aprendieron a soportarlo”. Por desgracia, el drama de adaptación al exilio nos amenaza también a todas las personas cristianas poniendo en peligro nuestro degustar la plenitud. Aceptamos sin reacción la mentira y la corrupción. Vivimos en simbiosis con la resignación. Nos faltan las grandes pasiones. El escepticismo prevalece sobre la esperanza, la apatía sobre el asombro, el inmovilismo sobre el riesgo…
En estos tiempos de crisis, nuestra religiosidad incolora se difumina en gestos vacíos, en actitudes éticas sin entusiasmo, en prácticas rituales que tienen el sabor de las sopas recalentadas en las ollas de Egipto. Más que ser esclavos de la costumbre, hemos contraído la costumbre de la esclavitud. Por eso, la Ascensión nos advierte que no intentemos nunca manipular a Dios, ni siquiera con fines buenos. No pretendamos de Él milagros, allí donde el único milagro que hay que pedir es que salgamos de nuestros desencantos y ensimismamientos y dejemos de mirar al cielo.
La Ascensión nos dice que nuestra historia tiene un sentido. Que los senderos que recorremos no son sendas interrumpidas. Que nuestra existencia personal no es un salto en el vacío. Caemos en Dios… en Él vivimos, nos movemos y existimos. A veces, nos agarramos a Dios porque sentimos que nos falta la tierra bajo los pies, pero no llegamos a abandonarnos. Abandonarse quiere decir dejarse acunar por Él, dejarse llevar por Él… y confiar.
La Ascensión, la plenitud, nos llama a renunciar a los signos de poder pero no a renunciar al poder de los signos. Los signos del siglo XXI son muy parecidos a los signos del siglo I. Antes de la Ascensión, Jesús sufrió la cruz; hoy en cuántas partes de la tierra hay fábricas clandestinas de cruces colectivas que se ponen sobre las espaldas de los pobres. El signo más expresivo del cristianismo no es llevar una cruz sino desclavar de la cruz a la gente. Estamos convocadas a servir con coraje y con fuerza para desclavar de la cruz a todas las personas que pasan a nuestro lado.
La Ascensión nos provoca una profunda solidaridad con la humanidad. Nos impulsa al compromiso en nuestra historia, a asumir proyectos históricos precisos, en los que se requiera empeño, esfuerzo, inteligencia. Nos llama a la denuncia sin rubor de todos aquellos aspirantes al papel de Dios, a denunciar a cara descubierta a todos los déspotas que pisan a las personas humildes y pobres. La Ascensión nos empuja a compartir la suerte de los últimos y a alinearnos con ellos.
Y los dos hombres de blanco nos vuelven a decir: Volverá. Qué significa hoy para nosotras y nosotros esa promesa. Significa que no hay cruz que no tenga su desprendimiento; no hay amargura humana que no se convierta en sonrisa; no hay pecado que no encuentre redención; no hay sepulcro cuya piedra no esté provisionalmente a la entrada; no hay luto, aún los más rigurosos, que no se cambien en vestidos de alegría… que no hay vida que no esté llamada a la plenitud.
Volverá significa que nos dejemos invadir por la esperanza de la resurrección. Que sostengamos el peso cotidiano de la vida y las cruces de la existencia, con la certeza de que el Señor mismo es nuestro Cirineo. Que afrontemos los desencuentros, el dolor y hasta la muerte, sabiendo que vendrán días en que “no habrá luto ni llanto, y todas las lágrimas serán enjugadas de nuestros rostros…”. Volverá significa que todo esto que disfrutaremos al final en plenitud ya lo podemos anticipar aquí y ahora.