Fiesta de la Ascensión del Señor, ciclo B
Por: Cecilia Pérez. Vita et Pax Valencia
Al tratar de comentar los textos de la Palabra de este magnífico acontecimiento de la Ascensión de Jesús me encuentro con una variedad de ellos tan profunda que uno solo – de Hechos, Efesios o Mateo- sería material suficiente para ocupar una reflexión.
Lo primero que resalta es la alusión repetida al Espíritu Santo porque es la promesa de la cual dijo el Maestro: “Os lo enseñará todo”; a aquellos hombres y mujeres que le seguían y a nosotros mujeres y hombres del siglo XXI. Y es que está ya tan cerca…
Pero volvamos a ese momento, casi culminado el tiempo pascual, llenos de resurrección, felices porque la cruz no fue el final de su vida ni lo será de la nuestra, el Señor dice también en otro lugar: “Os conviene que yo me vaya”.
Parece una contradicción que quedará resuelta una semana después y que constituye el meollo del libro de los Hechos y de la carta a los Efesios porque la transformación de miedo a valentía, de oscuridad a claridad, de cortedad y torpeza a sabiduría y libertad, se hará bien patente.
Estamos contemplando en este domingo el término de la misión de Jesús en el mundo y su vuelta al Padre aunque ellos, los discípulos, parecen esperar otra cosa. La pregunta ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? nos los retrata todavía llenos de dudas, incapaces de comprender y asimilar lo ocurrido y lo aún por venir. Pero el momento es revelación de una misión de la cual somos herederos: “Recibiréis fuerza para ser mis testigos”. Y ese testimonio, nos lo dice Lucas, se ha de realizar por todo rincón y lugar del mundo, hasta que él vuelva. Es la misión de la Iglesia, cuerpo y plenitud de Cristo.
La respuesta a esta primera lectura es un Salmo de alegría desmedida porque Dios es el rey del mundo y asciende entre aclamaciones, el mismo que se despojó de su rango pasando por uno de tantos.
Y ahora, Pablo, en su Carta a los Efesios, nos ruega que andemos como pide esta vocación de testigos: “Llamados a mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”.
Pablo, henchido del Amor de Dios y feliz en Jesucristo parece que quiere resumir en estos dos párrafos el misterio de la fe, de la vocación y la gracia, de los dones otorgados para el ejercicio de cada ministerio, dándonos también la clave que él cifra en la humildad, comprensión, amabilidad y amor que superarán nuestras diferencias y dificultades para convivir.
El apóstol lo tiene claro y es hora de que yo me pregunte si también lo tengo claro y mi objetivo es llegar a esa meta que supone unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios.
Muchos hombres y mujeres, todos, necesitamos de este mensaje, de esta promesa que nos hará alcanzar el máximo de lo que estamos llamados a ser: “Perfectos a la medida de Cristo en su plenitud”.
¿Se puede tener una misión más extraordinaria y hermosa que el poder vivirlo y transmitirlo?
Pues, siendo réplica de aquellos discípulos y discípulas de Jesús que todavía le miraban incrédulos y vacilantes en aquel momento de la despedida, escuchamos las palabras que cada día deben sostenernos en nuestra tarea de poder ofrecer lo mejor de nosotros mismos siendo testimonio del amor del Señor. Aquel que dijo y nos dice “Yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo”.