Yo soy el Buen Pastor

yo soy el buen pastor

4º Domingo de Pascua, ciclo B

Por: Rosa Mª González. Vita et Pax. Tafalla

Jesús se define como el Buen Pastor y da las razones para convencer a los que le escuchaban. Emplea el lenguaje sencillo con el que sabía que le iban a entender porque el pastoreo era su medio  habitual.

Da su vida por las ovejas, nadie se la quita, él la da. Su vida entregada hasta el final como consecuencia de obediencia al Padre; vida llena de amor hacia la humanidad entera. Vida con la que ha salvado a todas las personas que se acercaban a él porque nadie les hacía caso, porque molestaban con su pobreza, con sus enfermedades, con sus vidas humilladas, despreciadas. A él no le importan las apariencias, mira el corazón y descubre por qué se le acercan y  qué buscan. Y él, como el Buen Pastor, no huye ante el peligro, permanece y entrega su vida  como consecuencia  de su misión

 Conozco a las mías, y las mías me conocen. Igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre. Nos iguala en conocimiento con el Padre y eso nos tenía que sobrecoger porque durante toda su vida hace referencia a Él y podemos atisbar cómo se siente amado y cuánto necesita de su presencia.

 Cuántas veces empleamos el verbo conocer sin preocuparnos demasiado de su verdadero significado. Conocemos a muchas personas de vista, de algún encuentro, de vivir cerca, pero de muy pocas  podemos decir que las conocemos y que nos conocen. Jesús hoy nos dice que nos conoce, con nuestros límites y nuestras posibilidades y eso nos ensancha el corazón porque, a pesar de nuestras limitaciones, nos sentimos comprendidas y amadas por él. Y nosotros, nosotras, le vamos conociendo porque su lenguaje es de amor; no significa la aprobación de todas nuestras conductas, su vida nos enseña a corregir todo lo que es contrario al amor. Nos anima a seguir creciendo en su conocimiento.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Jesús se siente enviado para toda la humanidad, no se conforma con los que están cerca, sabe que su misión va mucho más allá, nos sabe y nos quiere libres pero al mismo tiempo desea la felicidad para todos sus hijos e hijas y sabemos cuáles son sus preferencias. Una de las imágenes más sugerentes de la paciencia ilimitada de Jesús es la parábola del hijo pródigo. Le deja en plena libertad pero su espera es activa y no descansa hasta que su hijo vuelve.

El evangelio de hoy nos enseña con claridad qué actitudes fundamentales tenemos que desarrollar si queremos entrar en la dinámica del Buen Pastor. Desde esa seguridad que nos da el apóstol S. Juan en la segunda lectura  también podremos exclamar: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!

 

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