” A Mí me lo Hacéis”
Jesucristo Rey del Universo. Solemnidad
Por: Lucio Arnaiz. I.S. del Prado. Madrid

A Mí me lo Hacéis

“A mi me lo hacéis”

Textos Litúrgicos:

Ez 34,11-12-15-17
Sal 22
1Cor 15,20-36.28
Mt 25,31-46

La misericordia ante la fragilidad ajena no es patrimonio exclusivo de los cristianos; la misericordia ante el hermano es don y tarea de todo ser humano. Todo ser humano es capaz de misericordia. Hacer el bien es de bien nacidos.

Lo que sí es propio de un cristiano es reconocer a Cristo en el hermano; lo distintivo de un cristiano es arrodillarse ante la presencia de Jesucristo en el Sagrario existencial del otro. En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis (Mt 25,40). S. Juan Pablo II comentaba así esta escena del juicio final: “Esta página no es una simple invitación a la caridad: es una página de Cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (NMI 49). La mística cristiana reconoce a Cristo en el hermano; reconoce al hermano como templo sagrado donde Dios habita.

De este modo, Jesucristo nos revela el valor sagrado e inviolable del ser humano. El reconocimiento de Cristo como Rey y Señor del universo nos conduce a una veneración y respeto de la dignidad de cada persona. Jesucristo pone de relieve que cada ser humano es un templo donde Dios habita y donde espera ser alabado, reverenciado y servido (cf. S. Ignacio, Ejercicios 23).

Este Jesucristo que nos sorprende en el hermano es Rey y Señor del universo. A lo largo del año litúrgico hemos ido contemplando los diferentes misterios de la vida de Cristo. El que nació en un establo, el que pasó por el mundo haciendo el bien, el que fue crucificado, el que resucitó de entre los muertos, el que nos envió el Espíritu Santo… ése es el Rey y Señor del universo. Al final y como conclusión de todo el año litúrgico, confesamos que bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre en el que podamos salvarnos (Hch 4,12). Hoy nuestras rodillas se doblan ante el que tomó la condición de esclavo, pero ha sido exaltado sobre el cielo y la tierra (cf. Flp 2,6-11).

Jesucristo es Rey y Señor del universo, pero lo es al estilo de Dios. Jesús es el buen pastor que da la vida por las ovejas. En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo por el honor de su nombre (Sal 22,2-3). Lo más valioso en la vida cristiana no es lo que hacemos nosotros, sino lo que dejamos hacer a Dios en nosotros. Felizmente, la salvación no es conquista humana sino don de Dios.

Jesucristo es el Rey y Señor del universo que descendió a los infiernos para abrazarnos a todos y subir con todos a la derecha del Padre. Jesucristo es el crucificado resucitado; ha sido resucitado y ha abierto para todos la puerta de la resurrección. Lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados (1 Cor 15,22).

Jesucristo es Rey y Señor del universo porque su salvación no acontece de espaldas, sino en comunión con todo lo creado. La encíclica Laudato Si nos ha recordado que somos, a la vez y en nombre de Dios, servidores de los más pobres y custodios de todo lo creado. La salvación que se nos regala en Jesucristo alcanza también al universo entero.

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