¿Qué tiene, mi Dios, que mi amistad procuras…? Le decía el Poeta, en sus versos.
Nosotros necesitamos preguntarnos lo mismo: ¿Qué interés tienes Señor Jesús, que cada año vienes a visitarnos en tu Paz?
He comentado que la venida de Jesucristo es, entre otras cosas transfiguradora, cristificadora. Que Jesucristo, con sus venidas de cada año, quiere hacer de nosotros genios y figuras de El, como El lo es del Padre.
Posiblemente, con la re-enunciación de este gran principio, tendríamos la contestación cabal al planteamiento del epígrafe: ¿para que viene Jesucristo?
Pero, esa transformación, esa transfiguración en El, es una obra global tan fabulosa, que necesita de tantas labores pacientemente parciales. Algo así como un MOISES de Miguel Ángel, hecho de tantos miles y centenares de miles de golpes de martillo, de cincel, de buril… por un proceso similar, creo yo, que Jesucristo trata de transformarnos en EL. Busca el resultado final: no un MOISES como el de Miguel Ángel, sino un JESUCRISO que piensa como El, que habla como El, que sufre como El, que se dona como EL, que glorifica al Padre como EL, que trae a los hombres la Paz, como El, que pasa haciendo el bien a los hombres como EL, que muere como El, para que los hombres tengan vida…¡Que se yo!
Viniendo a visitarnos en su Paz, quiere moldearnos, poco a poco con el martillo de la oración, de la contemplación, del recogimiento, de la vigilancia de los sentidos. Quiere penetrarnos con el cincel de la negación de nosotros, de la vida en castidad, pobreza y obediencia… y con el buril de una vida en la fe, esperanza y caridad, coordenado con su acción transformadora y la fuerza del Espíritu Santo, quiere que quede reflejada, en nuestras vidas, toda la gracia y hermosura de los hijos predilectos del Padre.
Leídos los textos del Adviento, en esta clave, ofrecen un panorama fascinador, subyugante. Leerlos, no solamente en su expresividad directa, sino en transparencia, no solamente en el texto, sino también en el contexto, es lo que tantas y tantas veces le llevó a Santa Gertrudis a lo más cercano y sublime de la intimidad del Corazón del Señor.
Yo os deseo a todos y todas, me lo deseo a mí mismo, de todo corazón.