D. Cornelio: el hombre de Dios

Por: D. José Formentín Peñalosa. Sacerdote Diocesano. Cullera. Valencia.

En memoria del sacerdote D. Cornelio Urtasun Irisarri, Director del primer Convictorio para sacerdotes recién ordenados en Valencia, por el gran Arzobispo Dr. D. Marcelino Olaechea Loizaga, en 1946.

A un sacerdote pamplonica, nacido en Espinal y secretario personal del Sr. Arzobispo, le fue confiada la misión de dirigir el Convictorio y completar en nosotros toda la formación que habíamos recibido en el Seminario. Yo lo conocí, antes de ser ordenado presbítero, como profesor de Derecho Canónico en el Seminario y después de ser ordenado, juntamente con otros treinta y siete condiscípulos, a primeros del mes de Octubre de 1952; se nos invitó a que hiciéramos el curso de pastoral en el Convictorio, bajo la dirección del joven sacerdote D. Cornelio Urtasun. Teníamos clase de Sagrada Escritura, Liturgia, Pastoral, charlas sobre espiritualidad y sobre los acontecimientos de la vida de la Iglesia.

Con D. Cornelio, mantuve una relación íntima y profunda durante toda mi vida hasta el momento de su muerte en Pamplona.

¿Quién era D. Cornelio? El hombre de Dios, el mediador entre Dios y los hombres, a quien Dios, concedió poderes para enseñar, guiar y comunicar gracias a la comunidad…. Un nuevo Jesucristo; en él yo veía representada la persona y el poder del mismo Jesús. En el Convictorio me di cuenta que era el gran enamorado de su “Amigo Jesucristo”. El que se pasaba horas ante el Sagrario. El que cruzaba la calle de Poeta Bodría casi todos los días para confesar a la gente que acudía al convento de las Agustinas Recoletas.

Fue también el gran amante de la Virgen y de los sacerdotes que, al final de nuestro curso de Pastoral, quiso regalarnos dos viajes que siempre recordaré: Lourdes y Loyola. En Lourdes asistimos a todos los actos; celebramos la Eucaristía y nos pasamos muchos ratos ante la gruta de Masiabelle, asistiendo por las tarde a la procesión del Santísimo y por la noche a la de las antorchas. Quiso D. Cornelio que la visita a la Madre en Lourdes, tuviese como objetivo el que intercediera por nosotros y para que luego, en Loyola, donde teníamos proyectado los Ejercicios, continuara intercediendo por nosotros. El P. Valentín Tarrasó iba a dirigir los Ejercicios.

Este acontecimiento en Loyola nos inspiró a todos una profunda reflexión. El Director de los Ejercicios nos hablaba en la capilla de la conversión de San Ignacio de Loyola, de las grandes obras de Dios….; Dios escoge a un hijo de los hombres y lo hace ministro suyo. Algo parecido a lo que el Padre Cornelio nos decía en más de una ocasión: “Ayer uno del pueblo de Espinal, hoy Ministro de los Misterios”. Santificado y santificador. También nos decía: “Iréis delante del Señor a preparar sus caminos, enseñando la ciencia de la salvación a su pueblo, para obtener el perdón de sus pecados…”. ¡A cuántas almas muertas devolveréis la vida, a cuántos pecadores reconciliaréis con el Señor, llevaréis la luz de la fe a los que vivían obcecados por las cosas terrenales sin saber levantar la vista hacia las alturas! Por tu santidad y por la santa amistad que brindes a los demás, tendréis discípulos santos.

Llegó la hora de los nombramientos y el primer destino. Por razones familiares el Sr. Arzobispo me destinó a mi ciudad natal. Fui nombrado coadjutor de dicha parroquia. Allí comenzó de una manera permanente mi ministerio pastoral desde el mes de Agosto de 1953 hasta el 25 de Julio de 1960. Fueron años de total entrega a todas las actividades de la parroquia: visita a enfermos y últimos sacramentos, catequesis de niños, aspirantado y jóvenes de Acción Católica, cuadro artístico del Patronato, visitas a las escuelas y colegios religiosos, clases de religión y latín en la academia Miguel de Cervantes y en el Colegio de la Milagrosa, cursillos prematrimoniales, grupo de la JOC, Club de los Muchachos, Adoración Nocturna y atención semanal al poblado del Brosquil, donde no se celebraba la Misa los domingos y festivos, etc.

Si me preguntáis cómo podía llegar a tantos servicios, os diré que gracias al Padre Cornelio y al Padre Berenguer, que eran mis confesores, los dos grandes santos, enamorados del Señor y de su Madre Santísima, que me hacían llegar la gracia, la bondad y la misericordia del Buen Dios; que me daban fuerza y alegría para vivir mi sacerdocio.

El Padre Cornelio nos daba todos los veranos ejercicios espirituales a un grupo de sacerdotes de Pamplona y de Valencia en Navarra. En estos momentos recuerdo en primer lugar a D. José Ramón Ortolá, párroco que fue de Santo Tomás y San Felipe Neri de Valencia; a D. Joaquín Escrivá, primero coadjutor de San Miguel y después párroco fundador de San Antonio de Padua de Catarroja; D. Miguel Portolés, párroco de Yátova…. y otros más. De Pamplona: Don Jesús Lezaún, D. Emiliano Murillo, D. Juan Martín Seminario, Don Jesús Armendáriz, … y otros.

Eran unos días después de San Fermín, en los que nos reunía D. Cornelio para llenarnos de Jesucristo, amigo entrañable de los sacerdotes.

¿De qué nos hablaba? De las obligaciones que trae consigo la vida sacerdotal, según las cartas pastorales del Apóstol: Conservación de la gracia del llamamiento, de una vida santa y ejemplar; todo en consonancia con la vocación, humildad y desprendimiento, prudencia, amor a Cristo y confianza en Dios, paciencia y amor al prójimo. Todas estas enseñanzas las resumía en el testimonio valiente del Evangelio. Así nos leía la segunda carta a Timoteo capítulo primero, versos del seis al catorce: “Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un Espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. Así pues no te avergüences del testimonio de Nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios. El nos salvó y nos llamó a una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús…”

¿De qué me habló en las visitas que hizo a Cullera, Casinos y Valencia? Especialmente de la cura pastoral. Él me decía: ser sacerdote de Cristo es el ministerio más hermoso que puede tener un hombre, pero el más difícil que puede pesar sobre nuestros hombros. No sabemos pues, la responsabilidad y las obligaciones que contraemos. El pastor es responsable de las almas que se le confían, de su salvación eterna. Somos responsables ante Dios y su Iglesia. Todos nuestros actos, enseñanzas, consejos, y sobre todo nuestro ejemplo tienen una gran importancia. No hay otro oficio en el mundo que pida tanto de un hombre. Somos, en una palabra, siervos de todos.

Todo esto lo sintetizó en una sola expresión: cruz, penas, decepciones, sacrificios, fracasos, incomprensiones. El único consuelo en medio de las cruces es mirar a Cristo crucificado. Desde entonces miro muchas veces al Cristo que me regaló mi párroco en mi primera misa y le digo: Cristo Santo, Cristo amado, con vos vivo y sin vos muero. Defiéndeme de mis enemigos: mundo, demonio y carne.

RECUERDOS INOLVIDABLES DEL P. CORNELIO

Un mes antes de morir, coincidiendo con mi viaje a Pamplona, lo visité, ya postrado en cama, muy enfermo. Estuve acompañado por mis hermanos Luis y Encarna. Después de charlar con él, me dijo: “Dame la bendición” y yo recuerdo perfectamente que le dí la “absolución” a lo que D. Cornelio replicó: “No me has dado la bendición, sino la absolución”. Me sonrió y dijo: “Gracias, mejor”. Finalmente D. Cornelio nos dio la bendición a todos los allí presentes.

Guardo igualmente gratos recuerdos de mis estancias en las convivencias de Vita et Pax, celebradas en Santander en el Seminario de monte Corbán, en aquellos meses de Agosto. Igualmente de mi estancia en Espinal, con motivo de las Bodas de Oro Sacerdotales de D. Cornelio. En este viaje me acompañó Juan Piris Frígola, actual Obispo de Lérida.

Pongo punto y final a esta memoria de este gran sacerdote, padre, hermano, amigo, con un texto del gran San Agustín: “No es vida la vida si no es bienaventurada, y la vida de los bienaventurados no puede ser sino eterna donde son buenos los días; y no hay muchos días sino uno solo; y aquél día no tiene principio ni ocaso”. En el Padre Cornelio se hace realidad su epitafio, que tiene en su nicho en el cementerio de Pamplona: “DE TE VIVERE, TE DILIGERE” cuya traducción es : “DE TI VIVIR, Y AMARTE A TI”.

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