Testimonio en el II Encuentro Nacional de los Grupos Vida y Paz en Valencia
Lo mío con Jesús no fue el flechazo de un momento, ha sido el proceso de toda una vida.
He tenido la suerte de nacer en una familia cristiana, desde muy pequeños en casa ya se nos inculcaba el amor a Jesús y su Iglesia, también reforzaron esta vivencia las catequistas que me prepararon para la primera comunión, la Acción Católica, el contacto con la parroquia… todo ello me ayudó a descubrir a JESÚS como a mi Amigo.
En la primera comunión ya nos hicimos Amigos para siempre, fue nuestro pacto secreto. Yo no quería ir por la vida detrás de Él, quería ir con Él, si era su amiga y él mi Amigo, tenía que ir a su lado, cogida de su mano para poder hablar con Él, contarle mis secretos, compartir todo con Él, como hacen los amigos. Más o menos así transcurrió mi infancia, muy feliz.
La adolescencia transcurrió con los altibajos normales del momento, pero nunca se desfiguró la imagen del Amigo que estaba siempre a mi lado.
La juventud también fue normal; amigas, amigos; tenía dos pandillas, la de salir y divertirme y la de la Acción Católica; con la de AC teníamos nuestros planes; acercarnos cada vez más a Jesús, quererle cada vez más y prepararnos cada vez mejor para que así fuera, y con ello poder contribuir para que las personas le conocieran más y le amasen cada vez más como Él se merecía.
Todo esto creaba un interrogante fuerte en mi vida, ¿qué hacer?, ¿cómo hacer? con toda la vivencia que tenía de amigas, amigos, algún amigo “más fuerte”, la parroquia y el Amigo secreto, que cada vez apretaba más su mano, que cada vez me recordaba lo que nos habíamos prometido, y que no se separaba de mi lado y me recordaba aquello de… “amigos fuertes para siempre”.
¿Cómo hacer?… Todo era valioso en mi vida; me sentía útil, casi importante, pero me faltaba algo… hice mis sondeos, busqué apoyos… y un sacerdote que estaba de coadjutor en la parroquia de Alboraya, D. José Lluch, me habló de una entrega plena el Señor dada mi fijación por Jesucristo, de varias opciones de consagración… ¡ni hablar! No quería ser monja; no quería nada que oliese a hábito ni a ningún signo externo que revelase mi secreto a la gente, quería seguir con mi “Amigo para siempre” y con las personas, con todas sus consecuencias; darle a conocer al mundo sí, pero sin nada que fuese ostentoso, ningún signo externo que revelase mi secreto, tampoco quería encerrarme en un convento, ni estar lejos de las personas, quería llegar a ellas con mi Amigo Jesús.
D. José me habló de unas conferencias que daba en el Ateneo de Alboraya un sacerdote que también estaba chiflado por Jesús, como yo. Fui con muy pocas ganas, ya había visto demasiadas cosas… Pero aquel sacerdote (D. Cornelio Urtasun), me entusiasmó cómo hablaba de su Amigo Jesucristo, con el que mantenía una relación íntima, normal de amigo; y entre otras muchas cosas que nos contó de su Amigo dijo: “si las circunstancias de la vida pueden mucho, tienen mucha fuerza, Jesucristo puede mucho más”… Esto, con toda la “empanada mental” que yo tenía de mi vida, con lo importante que me sentía, con lo casi imprescindible que pensaba que era, esto me hizo apearme del “burrito”… intenté serenarme, rezar, rezar, confiar y fiarme. Pero sobre todo rezar… “Señor, qué quieres de mí”. “No voy a ser capaz…”. Y seguía rezando.
Aquello me superaba… contacté con aquella gente de la conferencia que era bastante normal, alegre; hablaba de Jesucristo sin ambages, como de su Amigo. Ahí descubrí a Vita et Pax.
No fue fácil dejar todo, actividades de la parroquia, trabajo laboral y, sobre todo, a mis padres, ya mayores y en situación muy precaria. Pero aquello de “Jesucristo puede mucho más” era la fijación que tenía. Y… pudo.
Llegué a Pamplona y me encontré con gente que trabajaba, que estudiaba, que vivía austeramente, que vivía la caridad dentro y fuera de casa, que rezaba… y todo con mucho orden, paz y alegría. Ya no me importaba nada, la relación con mi Amigo a “TOPE”.
Desde ahí se me abrió el mundo: casa de formación, Bertiz, Tudela, Barcelona, Casa sacerdotal de Pamplona, Casa sacerdotal de Vigo, Madrid y desde ahí 13 años en Alboraya cuidando a mis padres. Cumplida la misión con ellos, fui a Ruanda. De allí salí en el 94, por el conflicto bélico del país.
Ya en España me incorporé laboralmente a mi trabajo de Sanidad, tenía plaza en Valencia, -al irme a Ruanda había solicitado excedencia- y permanecí hasta la jubilación.
He vivido siempre en grupo, ahora en el de la calle Ayora. Desde la jubilación he colaborado en trabajos de voluntariado hasta hoy, pero siempre de la mano del “Amigo fuerte”. Y ahora ya en el “dique seco” hasta el encuentro definitivo con el Amigo.