Semillas del Reino

Lo que Dios tenia previsto

11º Domingo T. O. Ciclo B

Por: M. Carmen Calabuig. Vita et Pax. Ruanda

El Espíritu del Señor llena la tierra, su amor se derrama en los corazones de todas las personas, era el día de Pentecostés. Al leer las lecturas de este domingo, sobre todo el Evangelio, he pensado: ¿es que esa semilla, sembrada en nuestras vidas, no es el Espíritu que nos habita y que nos impulsa, como en un nuevo Pentecostés a anunciar por todo el mundo la Buena Nueva?

Hoy Jesús nos explica esto con dos parábolas: La semilla y el grano de mostaza.

Nos dice: El  Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra… y a un grano de mostaza sembrado en la tierra.

¿Esta semilla, que echa el sembrador en nuestra tierra, no es el AMOR, la energía que mueve el Reino de Dios?

Yo creo que toda persona la lleva impresa en su ser, aunque a veces no seamos conscientes de ello, “duerme de noche y se levanta de mañana y  la semilla germina y va creciendo”… La acción de Dios está siempre presente en la vida de toda persona.

Cuando Jesús inicia su vida pública nos dice que “el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la buena noticia” (Mc. 1, 15).

Y anuncia su programa:

“El Espíritu del Señor está sobre mí… Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos… para proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Este es el sueño del Señor, que toda la humanidad pueda sentirse y vivir con la dignidad de hijos de Dios.

Los cristianos, conscientes que nuestra misión es hacer presente en el mundo de hoy este programa de Jesús, tenemos que trabajar por la justicia y la dignidad de las personas, para construir un mundo más humano.

Y Jesús nos habla de un Reino que no se basa en el poder ni el dominio, que tiene su puesto a los pies de las personas, en el servicio humilde, sobre todo de los más desfavorecidos. “Todos sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza a los humildes”.

Esto que ha sido sembrado en nosotros, en toda la humanidad, tenemos la certeza que dará fruto y que será como ese gran arbusto, capaz de acoger las diferentes situaciones de tantas personas que sufren la exclusión en nuestro mundo de hoy.

Yo creo que es más propio decir que ya está dando fruto.

 Solo tenemos que mirar el mundo de hoy, que aun en medio de guerras, terrorismo, injusticias sociales, exclusión… la presencia de Dios es una realidad en la vida de tantas personas, creyentes o no, manifestada por su entrega al servicio de los demás, en gestos de cercanía a las personas que sufren y  en la lucha por un mundo más justo.

Las malas noticias no pueden impedirnos ver el amor de Dios, que se derrama en este mundo, por medio de estos testigos. “Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos” (Saint Exupèry).

Quiero recordar en este comentario, casi diría hacer un homenaje, al gendarme francés, que en el atentado de Carcassone, se cambió por un rehén y dio su vida por él.

Francia, una sociedad laicista, nos habló del valor del gendarme en el cumplimiento del deber. Esto es cierto, pero no vio o no quiso ver “lo esencial”, que “no hay amor más grande que dar la vida”, esto solo se hace movidos por el AMOR, con la fuerza que el Espíritu da a todos.

En Ruanda, desde mediados de marzo a finales de mayo, el país ha sufrido lluvias torrenciales que han producido más de 200 muertos y miles de casas sepultadas en el barro o destruidas. Es admirable ver los gestos de solidaridad entre los mismos afectados, de compartir casa y lo poco que tienen, con quien todavía tiene menos.

Estas parábolas de Jesús nos invitan a la esperanza. Somos la tierra donde ha sido sembrada la semilla de su Palabra y de su Eucaristía. Sabemos que Dios actúa, incluso mientras dormimos, para que nuestra vida sea testimonio del amor de Dios, que nos habita.

Cuidemos nuestra tierra, pongamos en el centro de nuestra vida a Cristo, que tiene rostro de marginado, emigrante, sin techo, enfermo…

Quitemos las malas hierbas del egoísmo e individualismo, que nos impiden ver el sufrimiento y precariedad del otro y nos dejan indiferentes.

Fomentemos la actitud de servicio en nuestra familia, en el trabajo, en nuestras relaciones.

Dejémonos comer, seamos Eucaristía, para que los demás tengan vida.

Llevemos a todas las personas la felicidad del Evangelio.

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